6 de noviembre de 2017. Cines Parqueastur, Corvera.
Treinta años después se han sucedido nuevas generaciones de replicantes. Uno de ellos descubre un secreto que podría borrar sus diferencias con los humanos. Y es que quizá alguno (o alguna) haya sido engendrado y no fabricado. Así que Joe busca a Rick, el replicante que huyó con Rachel hace ya treinta años.
Tratándose de Denis Villeneuve, no podía dejarme indiferente este regreso a un futuro que es icónico desde hace mucho tiempo. La expresiva contención de Ryan Gosling resulta tan atractiva para perfilar al nuevo protagonista como la que tenía en su momento un Harrison Ford al que también vemos interpretando su clásico personaje en el tramo final de la película. Las lecturas de la historia no me interesan mucho. Desde luego, bastante menos que las que Villeneuve sugiere en su reciente La llegada. Pero sí me cautiva esa estética prodigiosa con la que vuelve a demostrar la fuerza que pueden tener una fotografía con notables deslizamientos hacia el rojo (por momentos me recuerda las cautivadoras atmósferas de Enemy) y unos paisajes urbanos y periurbanos más que notables. Así que ni las interpretaciones, ni la potencia expresiva de esos mundos futuristas (y también retro), ni los sonidos y músicas que los acompañan en estas casi tres horas de cine fantástico, me hacen añorar en ningún momento aquel mundo de replicantes que inauguró Ridley Scott. Por lo demás, lo que sugiere sobre el futuro esa novia virtual de Joe (próxima a los entes amorosos de la estupenda Her de Spike Jonze) me interesa bastante más que la metafísica de los androides. A ellos no les auguro más problemas existenciales que los que ya han tenido en el cine.