domingo, 27 de enero de 2013

Lincoln

de Steven Spielberg. EE.UU, 2012. 150’.
26 de enero de 2013. Parqueastur, Corvera.

Enero de 1865. Recién reelegido y con la guerra civil a punto de terminar, Lincoln se empeña en conseguir la aprobación de la decimotercera enmienda, la que abolirá la esclavitud en los Estados Unidos. Para lograr el apoyo del Congreso usa toda su habilidad política. El fin de la guerra y su asesinato en abril de ese año completarán su legendario perfil histórico.

Otro resumen de la película: “La medida más importante del siglo XIX urdida por la corrupción del hombre más puro de América”. Quien dice estas palabras con el acta de la votación en la mano es Thaddeus Stevens, el viejo político radical que interpreta Tommy Lee Jones. Y es que este imponente Abraham Lincoln que encarna (nunca mejor dicho) Daniel Day-Lewis haría las delicias de Maquiavelo. Y no porque defienda que el fin justifica los medios, sino porque demuestra que en política no es más importante la justicia de lo perseguido que la oportunidad, el cálculo y la habilidad para alcanzarlo. El Lincoln de Spielberg es el líder por excelencia. Las pequeñas anécdotas que recuerda resultan tan cautivadoras como los discursos para la historia que parece hacer siempre que habla. Es curioso como estas dos horas y media de negociaciones, compras de votos y presiones varias no solo se siguen con interés, sino que acaban destilando sin molestar algunas de las esencias del orgullo americano. En estos tiempos de ingenuo descrédito de lo político (ya lo decía Franco: “haga como yo, no se meta en política”) no viene mal que Spielberg nos recuerde que lo bueno de la historia también se lo debemos a la política. Y que para cambiarla es tan necesaria la utopía como el realismo político.