viernes, 24 de enero de 2014

Pensé que iba a haber fiesta

de Victoria Galardi. Argentina, 2013. 85’. 
24 de enero de 2014. Cines Groucho, Santander.

Entre navidad y fin de año Lucía estará fuera y Ana cuidará de su casa. Son dos buenas amigas. Ana es una actriz española que lleva ocho años viviendo en Buenos Aires. Lucia lleva tres separada. En esos días Ana y el exmarido de Lucía inician una relación. La nueva situación las desestabilizará a las dos.

En una semana hemos visto dos buenas películas en las que Valeria Bertuccelli hace de amiga íntima del personaje principal (aquí una Elena Anaya con una interpretación sobresaliente). Son películas con títulos que parecen frases de la vida cotidiana. Como lo que las dos muestran: instantes intrascendentes que destilan formas de vivir y de sentir. Todos queremos lo mejor para ella es invernal y dolorida. Pensé que iba a haber fiesta es estival y más amable. La vida de Lucía en esas afueras de Buenos Aires (camino de Tigre, seguramente por San Isidro) parece muy grata. Y su relación con Ana es la de dos amigas que se quieren y se tienen confianza. Por eso la nueva relación inesperada lo desestabiliza todo. Y aparecen recelos que cualquiera podría sentir. Cine máximo con recursos mínimos. Intimidades cotidianas compartibles. Hasta la breve presencia del personaje que interpreta Esteban Lamothe (que mantiene el gesto de El estudiante) aporta bastante diciendo muy poco. Mar Coll y Victoria Galardi son magníficas construyendo buen cine sobre vidas cercanas con historias sencillas. En esta escapada corta a Santander la elección de la película (acierto pleno) también lo ha sido por la sala. Los cines Groucho están en el centro y llevan diez años programando buen cine de autor. Su ambiente rezuma pasión por el cine: carteles preciosos por todas partes, magníficas hojas de mano multicopiadas y hasta una página web estupenda en la que casi se intuye cómo son las tres personas que llevan estas salas. Sin embargo, las conocemos justo en la semana en que su dueño acaba de anunciar que las pone a la venta. No las cierra y no dejará de programar hasta que alguien se haga cargo de ellas. Ojalá que sea solo una llamada de atención. Los santanderinos deberían volcarse. Llenar estas salas que programan tan bien. Disfrutar de tener en el centro de su ciudad un nodo privilegiado con la mejor cultura europea. Animar a su dueño para que siga adelante. Porque tiene el apoyo de todos. Porque se le agredece lo que hace. Nosotros se lo hemos dicho a la salida. Después de que, ya encendidas las luces, él entrara a la sala e hiciera la mejor síntesis de la película: "cómo se puede hacer tanto con tan poco". Justo lo que él hace en su negocio (¿negocio?). Nuestras escapadas a Santander seguramente serán más frecuentes cuando se inaugure el edificio de Renzo Piano. Ojalá que podamos volver muchas veces a los cines Groucho. Y ver de nuevo allí películas tan buenas como ésta.