jueves, 12 de febrero de 2015

Leviathan

de Andrey Zvyagintsev. Rusia, 2014. 141.
12 de febrero de 2015. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.

El alcalde mafioso ha conseguido su propósito y la casa de Kolya será expropiada. Su amigo Dmitriy viene de Moscú para ayudarle con informaciones comprometedoras sobre el alcalde. Pero las cosas se complican cuando Kolya descubre que su mujer y su amigo son amantes.

El leviatán bíblico y el de Hobbes en los textos y subtextos de este drama. Un cura ortodoxo cita expresamente al primero. El retrato de Putin en el despacho del cacique parece simbolizar al segundo. Los leviatanes de la Rusia eterna podrían estar también aludidos por esos restos de barcos y ballenas que pueblan esos bellísimos paisajes extremos.  Como en su magnífica Elena, Zvyagintsev compone un intenso drama familiar en el que también hay un hijo a punto de extraviarse. Pero en este Leviathan no importan solo los personajes. También las atmósferas resultan a un tiempo hermosísimas e inquietantes con esa luz baja a la que saca el mejor partido la primorosa fotografía de la película. Y con esa música del Akenatón de Philip Glass que la abre y la cierra de forma tan rotunda. Aunque la historia no fuera tan poderosa y la denuncia de la trama entre poder político y religioso no fuera tan contundente, la película ya sería más que notable por el papel protagónico de ese paisaje costero que es casi un personaje extremo. A pesar de las diferencias, hay algo en este Leviathan que me ha recordado la intensidad de aquel paisaje continental que Nuri Bilge Ceylan retrató entre dos luces en Erase una vez en Anatolia. Las dos historias muestran intensos dramas mínimos enmarcados en inmensos paisajes opresivos en los que se hace más tremendo el poder de las burocracias rurales y de los aparatos policiales y judiciales al servicio de los caciques.