lunes, 16 de febrero de 2015

Timbuktu

de Abderrahmane Sissako. Mauritania, 2014. 97’. 
16 de febrero de 2015. Cines Golem, Madrid. V.O.S.

Tombuctú y alrededores están sometidos a los bárbaros yihadistas. Lo son porque vienen de fuera y porque hacen barbaridades. Como prohibir la música, obligar a las mujeres a llevar guantes o lapidar a quienes desobedecen. Kidane vive en su tienda con su mujer y su hija lejos de todo eso. Hasta que accidentalmente dispara a un pescador que había matado a una de sus vacas.    
Entre las dos gacelas que huyen de los yihadistas, abundan los planos con imágenes preciosas (y preciosistas) a lo largo de la película. Los malos van siempre armados y portan banderas negras. Aunque entre ellos se distinguen talantes individuales, su presencia es siempre temible. Muy distinta a la de los lugareños que parecen bellos y apacibles. En un tema como este no cabe reprochar maniqueismo en la muy evidente defensa de los musulmanes buenos frente a los malos. Sobre todo porque ese juicio no parece externo. Sin embargo, la película no acaba de definirse entre el relato fragmentario de varias historias paralelas o el de esa hermosa familia que vivía feliz en el desierto.