sábado, 19 de mayo de 2018

Hannah

de Andrea Pallaoro. Italia, 2017. 95.
19 de junio de 2018. Centro Municipal Integrado Pumarín, Gijón. V.O.S.

Acompañamos la triste cotidianidad de Hannah. El silencio de una cena en la que su marido cambia una bombilla, el ingreso de él en prisión por algo que niega haber hecho, el sosiego que a ella le aporta el niño ciego de la casa en que trabaja o la catarsis que le permite el taller de expresión escénica al que asiste cada día. También asistimos a sus rutinas solitarias en la casa, al ostracismo familiar al que se la somete por lo que ha hecho él o al descubrimiento de los motivos por los que su marido está en la cárcel. Por eso entendemos por qué quiere ver a esa ballena varada en una playa.

Apenas hacen falta palabras. La contención del gesto y la composición del plano hacen de Hannah  una película extraordinaria. Con un personaje no muy diferente, Charlotte Rampling ya estaba magnifica en 45 años de Andrew Haigh. Aquí es la protagonista absoluta de una historia de silencios sobre sufrimientos impuestos por condenas transitivas (Hannah debería dar mucho que pensar sobre los efectos secundarios de esa tendencia dominante a considerar las de victima y victimario como condiciones inmutables y no como circunstancias superables). Su interpretación es ajustadísima, tanto en la contención triste que predomina en su personaje como en esos momentos radicalmente expresivos en los que consigue transmitir la fuerza de algo que, más que interpretado, parece vivido. Pero su extraordinario trabajo tiene el mejor testigo en la cámara y la sintaxis fílmica de Andrea Pallaoro. La elegancia sosegada de las imágenes es mayúscula y el manejo del encuadre y la profundidad de campo es siempre impecable pero nunca efectista. Por lo demás, la forma en que Pallaoro dosifica la información permite que asistamos a este drama en femenino singular sintiendo que nos importa más lo que le sucede a esta mujer que lo que haya podido hacer su marido. Al dejar esos sucesos fuera de campo Andrea Pallaoro quiere que sea el espectador quien interprete el alcance del delito. Pero también le obliga a asumir que en modo alguno justifica el castigo que sufren seres como Hannah.