4 de diciembre de 2018. Casa de la Cultura, Avilés. V.O.S.
Ryszard Kapuściński en Ángola en los días anteriores a su independencia. Es noviembre de 1975 y él no solo ejerce de reportero comprometido. También es consciente del calado histórico del momento que está viviendo y que, en algún sentido, también protagoniza.
Un polaco y un español dirigen una historia de animación sobre la estancia del más importante periodista polaco en un país en el que todos hablan portugués. Pero en su película todos hablan inglés (excepto los protagonistas reales de aquellos hechos que recuerdan, obviamente en portugués, lo que entonces vivieron). Y es que la anglopatía lingüística que nos asola llega a extremos tan absurdos como convertir en angloparlantes a los todos lusófonos que combatían en Angola y al periodista polaco que lo contaba. La enfermedad es grave y empiezo a pensar que este complejo angloenvidioso, más que una muestra de papanatismo, está convirtiéndose en un verdadero suicidio lingüistico que a nadie parece preocupar. A mi sí. Y es una lástima porque de lo que aquí querría hablar es únicamente de esta estupenda película cuyo contenido es tan magnífico como su forma. Lo primero es obvio tratándose de una estupenda adaptación al cine animado del libro de Kapuściński. Lo segundo también por ese espléndido maridaje entre imágenes reales, imágenes creadas con la técnica de rotoscopia (como la estupenda de Tehran Taboo de Ali Soozandeh que estuvo el año pasado en el festival de Gijón) y testimonios actuales muy interesantes de algunos de quienes los protagonizaron. Así que, ya digo, salvo por su aberración lingüística, Un día más con vida es una película muy recomendable.