martes, 17 de mayo de 2022

La última película

de Pan Nalin. India, 2021. 102.
17 de mayo de 2022. Casa de la Cultura, Avilés. V.O.S.

Samay queda fascinado la primera vez que va con sus padres al cine. Tanto que deja de ir a algunas clases y se hace amigo del proyeccionista. Desde su pueblo le lleva las deliciosas comidas que su madre le prepara para el colegio. A cambio él le enseña los misterios de esa máquina prodigiosa que engulle cintas y escupe historias hechas con luz.

Haber visto Cinema Paradiso nos condiciona. De hecho, parece que Tornatore nos hizo creer que la liturgia de una sala de cine se profesa mejor en Italia que en la India. Pan Nalin debe ser consciente de ello y ha optado por articular su historia desde la intensidad de lo vivido y no desde la nostalgia de lo evocado. La suya es una película tierna pero no empalagosa. Estamos de parte del niño, de su madre, del proyeccionista y hasta del pobre padre. Sin embargo, junto a los mimbres coloristas que hacen que La última película sea apta y deliciosa para todos los públicos, Pan Nalin incluye elementos que hacen que la historia también pueda tener  otras lecturas. Como la alusión a esa nueva fractura social en la India (y en todo el mundo) entre quienes hablan inglés y quienes no. Como el nombre del niño que significa tiempo y que es justamente lo que según Tarkovski sabe esculpir el cine. O como la obsesión por la luz de ese niño que, en cierto modo, intuye el significado etimológico del arte de la fotografía (escribir con luz) y la manera en que el cine construye historias intercalando en el tiempo la luz y la oscuridad. Lo que nos muestra La última película parece remoto pero sucedió en todo el mundo hace poco más de diez años, cuando la obligada digitalización jibarizó las salas y entregó el cine a los que hablan inglés. De modo que entre los subtextos de esta película bonita y amable también encuentro intencionadas denuncias como las imágenes de la destrucción de los proyectores o la reconversión plastiquera de las películas en brazaletes. Imágenes que me recuerdan a las de Koyaanisqatsi, aquella impresionante película que hace cuarenta años dirigió Godfrey Reggio a partir de la música de Philip Glass.