jueves, 12 de mayo de 2022

Una canta, la otra no

de Agnès Varda. Francia, 1977. 115.
12 de mayo de 2022. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.

Pomme ayuda a Suzanne para que pueda ir a abortar a Suiza. Ella ya tiene dos hijos de un fotógrafo casado y deprimido. Él es un hombre torturado que un día se suicida. A diferencia de Suzanne, Pomme es muy alegre y vital y lo que más le gusta es viajar y cantar con su grupo. Cada una de ellas llevará una vida diferente pero se mantendrán en contacto por vía epistolar. Así Suzanne sabrá que Pomme ha ido a vivir a Teherán con un iraní que conoció en Amsterdam y Pomme sabrá que Suzanne ha abierto una consulta de planificación familiar en la que conoce a un pediatra con el que luego se casa. Son las afinidades electivas de unas feminidades amigables que hacen todo lo posible por ser libres y felices en unos tiempos difíciles pero también ilusionantes. Eran los años de la llamada década prodigiosa y los primeros sesenta.

Ahora que el cainismo no parece ser solo masculino y se ha infiltrado también en ciertos sectores del feminismo da gusto comprobar que las mujeres no tienen motivos para caer en el adanismo, esa otra tentación tan peligrosa de querencias amnésicas. La frescura y lucidez con que Agnès sabe poner la cámara y la forma tan hermosa en que retrata a estas amigas de las complicidades sin reproches nos recuerda que hace casi sesenta años había muchas mujeres que no solo tenían ansías de libertad sino que ponían todo su empeño en no aplazarla a un futuro perfecto. Una canta, la otra no tiene delicadeza, derivas imprevistas, música y cartas, muchas cartas, en las que esas dos mujeres se dicen (o piensan en decirse) muchas cosas. Es la sinceridad alegre, poderosa y esperanzada del mejor feminismo. El que se sabe unido y fuerte. El que se acepta plural.