domingo, 25 de agosto de 2013

Hijo de Caín

de Jesús Monllaó. España, 2013. 90’.
25 de agosto de 2013. Cines Marta, Avilés.


Nico es un adolescente inquietante: tan inteligente como insolente. Su pasión por el ajedrez es tan intensa como su animadversión hacia su padre. El psicólogo que le trata le ayuda a progresar en el ajedrez sin saber que la verdadera partida es la que está jugando con ellos.

Esta es la reseña más triste desde que abrí este blog. Y no por el dramatismo de la película (que lo tiene), sino por la noticia que hoy traen los periódicos: si nada lo remedia, mis queridos Cines Marta cerrarán el próximo domingo. Los últimos cines a pie de calle en Asturias, los más antiguos de la región (más de sesenta años), los del entorno más bello (en un palacio de más de tres siglos situado en una hermosa plaza peatonal), los que programan estrenos para todos los públicos (en unas salas los de las palomitas y en las de al lado los -otros- cinéfilos) están a punto de unirse a los nombres de los recuerdos (siempre bellos) de los cines en los que tantos españoles hemos sido felices. Si los Cines Marta cierran Avilés dejará de ser una ciudad francesa. Una ciudad como esas del país vecino en las que se disfruta, se quiere y se cuida a la cultura. En cada pequeña ciudad francesa se sabe que en sus salas de cine están también sus señas de identidad. Por eso las protegen. Por eso van a ellas. Y es que los países realmente grandes son los que saben que es el patrimonio cultural (y el natural) lo que hace que vivir sea más que sobrevivir. Nadie habla de la marca Francia para proteger y difundir esa cultura. La protegen cuidándola. La difunden defendiéndola. Por eso tienen la suerte de ver cine francés (y asiático, y europeo, y hasta español) en salas que siguen abiertas en el centro de sus ciudades. Aquí no. Aquí se vota a quienes se inventan la marca España pero no quieren (ni protegen) de verdad a este gran país ni a su enorme cultura, tan diversa internamente y tan extensa por la lengua compartida con el otro continente. Aquí no se ha entendido que la protección del cine y la digitalización de las salas no puede dejarse únicamente a la lógica del mercado (estadounidense).  Aquí muchos siguen la moda pirata y dejan de ir a los cines sin tomar conciencia de que con ello están impediendo que sus hijos puedan hacerlo en el futuro porque ya no habrá cines a los que ir. Aquí les parece caro el cine a quienes no les parecían caros los pisos ni las hipotecas, ni les parece caro el fútbol y obscena su primacía en las pantallas. Aquí se acepta (y casi se justifica) como inexorable lo que debería movernos a la rebelión. La desaparición de los Cines Marta la lamentaría no solo por mí, que por suerte puedo (y tendría que) usar más el coche. También la sentiría por quienes no pueden ir al cine a otra ciudad. Por mi hija, para la que ir andando al cine quizá quede en un recuerdo de la infancia y la primera adolescencia. O por su pequeña prima que aún no ha ido nunca a un cine y quizá ya no pueda hacerlo en su ciudad. Por eso no me resigno. Cueste lo que cueste debemos defender nuestro cine y defender nuestros cines. Se trata de lo que decía Benedetti, de defender la alegría.