jueves, 8 de agosto de 2013

Los niños salvajes

de Patricia Ferreira. España, 2012. 97’.
7 de agosto de 2013. Teatro Cervantes, Béjar. XVII Semana de Cine Español.


A Alex le gusta hacer graffitis, Gabi entrena en un gimnasio y Oky se lleva bien con los dos. Se conocen del instituto, pero su complicidad aumenta fuera. Los tres tienen familias que saben poco de ellos. La orientadora le consigue una beca a Alex para que pueda ir a Amsterdam en el verano a aprender a pintar, pero él no tiene suficiente dinero. Las cosas se complican y tras una escapada frustrada la tranquila Oky hará algo horrible al regresar a su casa.

La película nos había gustado mucho el año pasado. Así que la hemos vuelto a ver con Ángela en esta XVII semana de cine español que se organiza en verano en Béjar y en la que ayer vimos Los ojos de la guerra y el viernes veremos una sesión de cortometrajes (Luces rojas, de Rodrigo Cortés, y Libre te quiero, de Basilio Martín Patino, completan la programación que este año se desarrolla en el bonito Teatro Cervantes). Patricia Ferreira hace un excelente trabajo con esos magníficos actores adolescentes que resultan mucho más que creíbles en esta película. El espectador comprende bien unas vidas que son desconocidas para sus padres y sus profesores. Las escenas familiares son oportunas y comparten esa rara verdad con que se esbozan las relaciones escolares (los diálogos entre los profesores y sus diversas formas de estar en el aula demuestran que Patricia Ferreira ha tenido buenos asesores y que ha querido sortear los tópicos y prejuicios que suelen hacer tan exasperante el cine sobre lo escolar). No hay tesis en la película, ni culpas definidas. El drama que retrospectivamente articula la historia permite construir un relato eficaz que (acertadamente) no pretende moralizar. Pero, más allá de ese drama, me quedo con la naturalista descripción de ese triángulo adolescente que no termina de encontrar cuáles son las ventajas de ser un marginado. La playa-callejón en la que los tres viven un instante de intensidad infinita es una metáfora cinematográfica perfecta e inolvidable.