lunes, 4 de agosto de 2014

Piratas y libélulas

de Isabel de Ocampo. España, 2013. 70.
4 de agosto de 2014. Teatro Cervantes, Béjar. XVIII Semana de Cine Español.

En el barrio de las Tres Mil Viviendas unos adolescentes preparan una obra de teatro. Los Capuleto y los Montesco son aquí gitanos y payos. Con la ayuda de Shakespeare, su profesora de lengua hace que tengan oportunidad de vivir otras vidas. No solo en el teatro.

Con Sevilla pura y pura nos emocionamos viendo como un teatro (el Lope de Vega de Sevilla) servía para reparar por una noche la injusticia cometida con los gitanos de Triana. Algunos de estos Piratas y libélulas quizá pudieran ser los nietos de aquellos desheredados a los que la especulación sacó de sus hogares y condenó al ostracismo en ese barrio maldito. Pero otra vez el teatro y la bendición de contar con educadores que merecen ese nombre (Mati es la heroína visible, pero con ella hay muchos más) nos muestran el milagro de que otra vida sea posible para quienes, teniendo más futuro que pasado, parecen irremediablemente condenados por su origen. Isabel de Ocampo hace cine comprometido y bello. Su matizada cámara está atenta a los gestos de unos chicos a los que uno no se cansa de mirar.  Y con ese material tan sensible ha sabido construir una historia llena de verdad (y a la vez mostrarnos una verdad llena de historia). Sus Piratas y libélulas son el opuesto de La clase de Laurent Cantet. Como la del francés su cámara sabe enamorarnos de los adolescentes. Pero la de ella no hace trampas. Sus niños no son actores. La Mati está a años luz de ese estúpido profesor parisino. Y su discurso no es resonante y reaccionario como el del francés. Isabel de Ocampo juega con la ventaja de que el Instituto "Romero Murube" de Sevilla le da una lección de saber hacer pedagógico en contextos socialmente extremos a ese adocenado liceo parisino entre cuyos muros campea la burocracia (como en tantos institutos españoles para cuyos claustros debería ser obligatorio ver esta película). Pero señalar que la mirada de Isabel de Ocampo es mucho más limpia y oportuna que la de Cantet no es decir mucho. Lo que ella hace debe compararse con referentes mejores. Quizá con los Taviani que con Cesar debe morir también nos mostraron hace poco lo que Shakespeare y el teatro pueden hacer por los reclusos. O lo que ellos pueden hacer por Shakespeare y el teatro. Justamente eso que también hacen en Asturias los queridos amigos de la UTE del centro penitenciario de Villabona (en la revista Escuela y en mi blog de educación les dediqué un artículo -Cárceles, pueblos y héroes- sobre el acoso que están sufriendo por parte de un gobierno que parece tener igual inquina por la cultura, por la educación pública y por quienes trabajan en favor de la integración social). Tenía razón Isabel de Ocampo cuando en el interesante coloquio que siguió a la proyección señalaba que el cine social tiene una obligación aún mayor de tener calidad (lo he dicho al reseñar otras películas que casi dañan las causas que reivindican). Su película la tiene y mucha. Es honesta, tiene intención y tiene verdad. Así que ha sido muy grato que estos días de descanso en el pueblo coincidan, un año más, con esta deliciosa Semana de Cine Español en Béjar en cuya primera jornada hemos podido encontrarnos con esta joya.