23 de septiembre de 2016. Cines Los Prados, Oviedo.
En 1948 el senador comunista Pablo Neruda se enfrenta al presidente González Videla. Sus correligionarios son obligados a pasar a la clandestinidad y él es perseguido por un policía que ha recibido del presidente el encargo de capturarlo. Vemos los avatares de la huida mientras escuchamos las reflexiones de su perseguidor, un policia fascinado que quisiera llegar a ser un personaje del escritor.
"Puedo escribir los versos más tristes esta noche..." Y Pablo Larraín se atreve a interrumpirlos con una voz en off que interpreta y juzga al venerado poeta político (y político poeta). Durante el primer tramo de la historia no nos deja saber a quién pertenece esa voz que critica al gran Pablo Neruda. Para tanta osadía hay que contar con un guión cautivador y también con una destreza para componer imágenes que solo poseen cineastas tan arriesgados y solventes como el director de Tony Manero, No o El club. El primer diálogo entre los senadores en el urinario ya marca el tono de la película. Se nos van a contar unos hechos que tuvieron lugar en el Chile de hace casi siete décadas pero que también podemos interpretar como premonición de lo que sucedió venticinco años después (incluida la fugaz aparición como capo de un campo de concentración de aquel canalla que en el setenta y tres bombardearía La Moneda). Hay, por tanto, una película política en este Neruda de Pablo Larraín. Tanto que esa brillante primera escena entre los senadores tiene, por contraste, un significado imprevisto en esta España de parlamentarismo autista. Neruda es también un thriller magníficamente ambientado en distintos lugares (Santiago, la cordillera, Valparaiso, la Araucanía...) de ese bello país estirado entre los Andes y el océano. Pero, sobre todo, Neruda es una película literaria, o mejor metaliteraria. Es una gozosa, y nada reverente, reivindicación de un creador que era también un personaje. Es el fascinante intento de imaginar qué pensaría alguien que tuviera el encargo de detener al hombre, al creador y al personaje. Y una juguetona y originalísima propuesta en la que la forma en que se va armando el relato tiene tanta importancia como la verosimilitud de los hechos que se muestran o imaginan. El Neruda hedonista y comunista, el Neruda del Canto General y el Neruda que cantando sus versos emocionaba a los humildes no podían tener un homenaje más nerudiano que el de esta poética película del gran Pablo Larraín.