25 de agosto de 2017. Patio Bullrich (Cines Atlas), Buenos Aires. V.O.S.
Una mujer, una vida. Así se titula en Argentina esta historia basada en la de Guy de Maupassant. La vida es la de Jeanne, hija única y feliz de una familia de la aristocracia rural francesa de comienzos del XIX. Sus recuerdos de juventud contrastan con los que le han deparado los dos hombres que ha querido. Un marido adúltero y un hijo cuyas deudas la han arruinado.
Stephane Brizé no me defrauda. Este hiperrealista cuyo estilo me recuerda al de Jaime Rosales ha decidido abandonar la cotidianidad emotiva del presente, que tan espléndidamente radiografió en Quelques heures de printemps y en La ley del mercado (las dos protagonizadas por un Vincent Lindon magnífico), para trasladar su mirada al siglo XIX. Y lo hace componiendo una película que parece ser en cierto modo un puzle de los instantes y recuerdos que componen una vida. Gestos luminosos o amargos, breves conversaciones, sonidos naturales, evocaciones estivales o invernales, faenas en el campo y momentos de intimidad interior. Todo eso va construyendo la historia contenida y triste de esta mujer. La vida nunca es tan buena o tan mala como se la imagina. Se lo dice la amiga al final de esta historia que tiene de las dos cosas. Porque no parece imaginada, sino mostrada por este maestro del naturalismo que es Stéphane Brizé, un director que me ayuda a reconciliarme con el cine francés. Así que ha sido otro reencuentro muy grato en este Patio Bullrich que tanto me gusta. En esta sobremesa, además de ver buen cine, me he librado de la tormenta con que me ha recibido hoy Buenos Aires. Pasaré aquí un par de días antes de comenzar la intensa (e interesante) semana de trabajo en Paraguay.