de Ai Weiwei. Alemania,
2020. 115’.
11 de diciembre de 2020. 17º Festival de Cine y Derechos Humanos de Barcelona. Filmin. V.O.S.
Ai Weiwei dirige este documental filmado en Wuhan en los meses más duros. Los medios técnicos y el control de todo son máximos. Como el desarrollo de una ciudad que, si no fuera porque la pandemia atrae toda nuestra atención, veríamos como una prueba evidente de que China ha sustituido la construcción de un socialismo austero por la emulación paroxística de ese modelo de crecimiento disparatado que viene caracterizando en las últimas décadas al capitalismo. La cámara nos lleva hasta el centro de todo. A las salas donde se atiende a los enfermos más graves, a los cuartos donde parsimoniosamente se cambian los sanitarios rigurosamente vigilados, a las casas donde vive la gente confinada o a las colas para recibir las cenizas de los familiares muertos. La inmersión es casi mayor que la de 2020, el documental de Hernán Zin que hizo algo parecido, aunque mejor, en el Madrid pandémico. Como era de esperar Ai Weiwei también incluye en su película ese tipo de críticas que le han hecho tan conocido fuera de China como detestado por su gobierno. Y la razones de sus denuncias son tan evidentes como la sensación de que también hay entre muchos chinos una adhesión inquebrantable a un régimen que ha sustituido la promesa del paraíso comunista por el advenimiento de un nuevo imperio consumista. En este sentido, las imágenes cenitales de la estación de trenes o las de las proyecciones nocturnas, no sobre algún edificio sino sobre la ciudad completa, resultan más reveladoras que cualquier análisis académico sobre la economía China y su dinamismo desbocado.