16 de marzo de 2013. Cines Los Prados, Oviedo.
En medio del asedio japonés a la ciudad china de Nankin, John, un maquillador de cadáveres norteamericano con pinta de personaje de Johnny Depp, llega a una iglesia en la que viven catorce adolescentes y en la que también buscan refugio catorce jóvenes prostitutas. La presión de los japoneses sobre la iglesia dará lugar a uno de los dramas históricos más memorables para el pueblo chino. Con la ayuda de John, que acaba pareciendo uno de los personajes heroicos de Clint Eastwood, doce de las niñas conseguirán escapar del horror. El sacrificio de las jóvenes prostitutas será el precio de la salvación de esas vírgenes.
El cine me ha enseñado muchos hechos históricos que ignoraba. Entre los más impresionantes, dos de las mayores masacres sobre población civil cometidas en un solo lugar y en una sola batalla. Por el interesantísimo documental Level Five, del recientemente fallecido Chris Marker, pude saber del horror sufrido por la población durante la batalla de Okinawa en la que murieron 150.000 civiles (un tercio de los habitantes de la isla), muchos de ellos en suicidios colectivos. La magistral Ciudad de vida y muerte, de Lu Chuan, me hizo consciente de la magnitud del genocidio de 1937 en la ciudad de Nankin, en cuyo asedio murieron 250.000 civiles. Esas dos películas, además de ser testimonios de gran valor ético, son obras mayores en la historia del cine en sus respectivos modos narrativos: Level Five como investigación documental y Ciudad de vida y muerte como epopeya bélica. Las imágenes en blanco y negro de la masacre de Nankin según Lu Chuan quedan para mi a la altura moral y estética de alegatos tan mayúsculos como Senderos de gloria o Salvar al soldado Ryan. Lamentablemente, igual que le sucede a los hechos narrados, esa magnífica película (quizá por su dureza) no ha tenido ni la difusión ni el impacto en el imaginario cinematográfico de esas obras mayores de directores tan consagrados como Kubrick o Spielberg. Por eso lamento que el también consagrado Zhang Yimou vuelva sobre esos hechos históricos para acabar reduciéndolos a un vistoso melodrama heroico que quizá busque conectar con el fervor patriótico del público chino usando claves narrativas de éxito en los productos de consumo occidental. Zhang Yimou me ha hecho disfrutar mucho en el cine (hace solo unos meses con su intimista Amor bajo el espino blanco), pero esta vez siento que esta superproducción suya (por lo demás, tan correcta como cabe esperar de él) postergue aún más la imprescindible mirada que aportó su compatriota Lu Chuan sobre aquellos hechos históricos.