12 de febrero de 2014. Centro Cultural Valey, Piedras Blancas
Como miles de adolescentes en Mali, Amadou y Moussa juegan al fútbol. Y sueñan con hacerlo en Europa. Un ojeador español los trae a Madrid con el dinero que han reunido sus familias. Pero las cosas no salen bien y el sueño no se cumple.
En los títulos de crédito se contextualiza la historia: 20.000 jóvenes africanos que han sido traídos a Europa para convertirlos en estrellas deportivas deambulan por nuestras calles sin papeles. Ni esperanza. Es la otra cara de esa burbuja que al parecer supone el 2 % de nuestro PIB. Un espectáculo mediático que sofroniza a millones de personas a sol y sombra. Nuestro fútbol se ve mucho más que nuestro cine. Por eso historias tan reveladoras como ésta tienen pocas probabilidades de aleccionar a alguien (y aún menos en África) sobre los efectos secundarios de ese narcótico social. Un deporte (?) en el que, como decía José Luis Cuerda hace unos días, "veintidós millonarios en calzoncillos se dan patadas y empujones". Uno quiere pensar que, si Eduardo Galeano o Enric González le han dedicado libros apasionados, el fútbol debe ser algo más que opio para el pueblo. Pero no resulta fácil.