1 de febrero de 2014. Cines Centro, Gijón.
El relato de la ninfómana sigue hasta el amanecer. El masoquismo terapéutico, la maternidad culpable y la tutela lésbica son algunos de los temas con los que Joe continúa su confesión con Seligman.
La catársis de la mujer ninfómana sigue motivando las reflexiones del hombre célibe. La iglesia oriental y la iglesia occidental (el pato silencioso), El espejo y La pistola son los tres capítulos de la segunda entrega de esta indagación sobre la condición humana y el sexo. Las confesiones de von Trier siguen estando muy presentes en este relato vital (en femenino) que es a la vez una meditación conceptual (en masculino). Von Trier cuestiona expresamente la mutilación del lenguaje por su uso políticamente correcto y asume riesgos importantes como su matizada reivindicación del mérito de aquellos pedófilos (según él la mayoría) que llevan una vida irreprochable reprimiendo siempre la realización de sus deseos. Incluso cuando su discurso expreso puede parecer más aceptable y feminista (como en el repaso absolutorio que Seligman hace de los pecados de Joe con solo imaginarlos en su versión masculina) un comentario desganado de ella disipa cualquier duda sobre las pretensiones edificantes de von Trier. Es una historia compleja que resume (a veces de forma expresa, como en la escena que recupera el dramático detonante del Anticristo) muchos de los temas que obsesionan al director danés. El fundido en negro final vuelve a ser muy relevante. Porque marca el disonante punto de llegada de un periplo emocional que ha trastocado los roles de quien relata y de quien valora. Los dos parecen querer cruzar al otro lado. Aunque quizá eso que no vemos al final de la película haya sido solo lo que ella sueña cuando él se va. Un buen final para la historia de una noche que ha llegado a nuestras pantallas escindida y con una espera demasiado larga.
La catársis de la mujer ninfómana sigue motivando las reflexiones del hombre célibe. La iglesia oriental y la iglesia occidental (el pato silencioso), El espejo y La pistola son los tres capítulos de la segunda entrega de esta indagación sobre la condición humana y el sexo. Las confesiones de von Trier siguen estando muy presentes en este relato vital (en femenino) que es a la vez una meditación conceptual (en masculino). Von Trier cuestiona expresamente la mutilación del lenguaje por su uso políticamente correcto y asume riesgos importantes como su matizada reivindicación del mérito de aquellos pedófilos (según él la mayoría) que llevan una vida irreprochable reprimiendo siempre la realización de sus deseos. Incluso cuando su discurso expreso puede parecer más aceptable y feminista (como en el repaso absolutorio que Seligman hace de los pecados de Joe con solo imaginarlos en su versión masculina) un comentario desganado de ella disipa cualquier duda sobre las pretensiones edificantes de von Trier. Es una historia compleja que resume (a veces de forma expresa, como en la escena que recupera el dramático detonante del Anticristo) muchos de los temas que obsesionan al director danés. El fundido en negro final vuelve a ser muy relevante. Porque marca el disonante punto de llegada de un periplo emocional que ha trastocado los roles de quien relata y de quien valora. Los dos parecen querer cruzar al otro lado. Aunque quizá eso que no vemos al final de la película haya sido solo lo que ella sueña cuando él se va. Un buen final para la historia de una noche que ha llegado a nuestras pantallas escindida y con una espera demasiado larga.