miércoles, 22 de marzo de 2017

Crudo

de Julia Ducournau. Francia, 2016. 98.
22 de marzo de 2017. Cines Parqueastur, Corvera.

Justine empieza en la universidad. Va a la facultad de veterinaria, la misma en la que se formaron sus padres. Como toda su familia, Justine es vegetariana. O lo era, porque, tras las novatadas y los ritos de paso que han de soportar los recién llegados, Justine descubrirá los placeres de la carne. Y lo hará de la mano de su hermana mayor que también estudia allí.

Aunque lejos de la elegancia de la excelente Caníbal de Manuel Martín Cuenca, esta primera película de Julia Ducournau también tiene cierta voluntad de estilo. Sobre todo en la manera de poner la cámara y en la importancia del sonido. Más que una historia repugnante sobre el canibalismo (que también lo es), Crudo pretende ser una película que nos habla de cosas más relevantes como ciertas obsesiones francesas sobre su juventud. Con El odio de Mathieu Kassovitz y La clase de Laurent Cantet podría componer una trilogía inquietante y exasperante sobre el tema. Crudo sería la menos naturalista de las tres. La más excesiva, la menos equilibrada, pero también la de mayor calado existencial. Garance Marillier hace un trabajo notable componiendo el personaje oscuro y desagradable de esa Justine que, como la de Sade, también es iniciada en prácticas extrañas. Pero Julia Ducournau comete un error imperdonable al proponer esa estúpida explicación final sobre lo que les pasa a estas hermanas caníbales con una tesis que resulta igual de lamentable si se la considera desde la mirada de género como desde el hereditarismo. En todo caso, lo más interesante de la película seguramente no es la obsesión canibal, sino lo que plantea sobre la naturalidad de los ritos de iniciación en la universidad francesa. Si, como parece, no es una denuncia ni una fantasía sino una alusión un tanto complaciente, quizá Francia tenga efectivamente algunos problemas que debería hacerse mirar. Y no tanto con su juventud como con la forma en que la percibe.