22 de abril de 2019. Teatro Filarmónica, Oviedo. V.O.S.
Guillaume y su hermanastra Charlotte son dos jóvenes que viven las complicaciones de sus pimeros amores. Ella por el hastío de una relación convencional y los tentadores riesgos de un amante mayor. Él por no saber si es un líder con carácter o un estudiante patético que ignora si lo que siente por su mejor amigo es realmente amor. Tras seguir sus fracasos paralelos, asistimos a un dulce epílogo estival: el del primer amor en un campamento de una dulce pareja que está en esa edad temprana que antes llamábamos preadolescencia.
Tardo en entrar en esta historia y al principio no entiendo porque en lugar de esta película no ganó la Espiga de Oro en aquella joya búlgara de Milko Lazarov titulada Ága (que, por cierto, tampoco se ha estrenado aún en nuestros cines). Pero poco a poco me voy dando cuenta de que asistimos a una magnífico retrato cercano de la vulnerabilidad que acompaña a los primeros tormentos del amor. Pero si la película ya me parece estupenda cuando la historia de estos dos náufragos sentimentales termina con ese magnífico plano cenital en que los vemos dormirse juntos, el epílogo de los jovencitos enamorados me hace pensar, nada menos, que en el mejor Linklater (por ejemplo, al final de Boyhood) o en el mejor Jonás Trueba (por ejemplo, la parte de los quinceañeros al final de La reconquista). Así que, sin negar lo merecido que también habría sido que Ága hubiera ganado la Espiga de Oro en el último festival de Valladolid, ya no cuestiono lo acertado de que el premio se lo llevara Génesis, otra joya que se une a ese tipo de películas extraordinarias que consiguen retratar, con un verismo poético casi malickiano, los instantes de intensidad infinita de las primeras edades del amor.