de Stephan Komandarev. Bulgaria, 2023. 114’.
23 de noviembre de 2023. Teatro Jovellanos. 61º Festival de Cine de Gijón (sección: Albar). V.O.S.
La proyección ha sido un desastre. Ha habido cortes y repeticiones que en algún momento nos han hecho temer que no veríamos la película. Por suerte, no ha sido así y hemos podido disfrutar (es un decir) de esta magnífica historia con la que Komandarev cierra su trilogía. En 2017 nos sorprendió con Destinos. En 2019 lo volvió a hacer con Rondas. Así que era evidente que en mi selección de películas para esta edición del festival no podía faltar Las lecciones de Blaga. Y, al margen de las incidencias en la proyección, no hay duda de que era absolutamente imprescindible. El impresionante trabajo de Eli Skorcheva en el papel de Blaga diferencia esta película de las anteriores, que eran más corales. Aquí la historia gira en torno a las cuitas del personaje que ella borda y por el que tendrá sobradamente merecidos todos los premios que reciba. Su trabajo aún tiene más mérito porque, según nos contó Stephan Komandarev en el coloquio, en Bulgaria ella había sido un actriz de culto hasta los años ochenta, pero desde hace treinta años que no había vuelto a hacer cine. Aunque la historia se centra en ese personaje maduro, Las lecciones de Blaga está contada con el mismo brío que Destinos y Rondas. Es un retrato de las tremendas circunstancias de la Bulgaria actual que pone el acento en la vida de esta mujer culta y tenaz. Al lado de ese foco tan poderoso, tampoco son menores las otras historias esbozadas. La de ese hijo que se desloma trabajando en Estados Unidos y no entiende a su madre. La de ese otro viudo que la ayuda y apoya. O la de esa joven siria a la que Blaga está preparando para que supere el examen de búlgaro y pueda conseguir la nacionalidad. De hecho, hay un interesante subtexto sobre la lengua y lo mal que la hablan muchos búlgaros en un país que, sin embargo, exige que la dominen a la perfección quienes pretenden conseguir esa nacionalidad. En Las lecciones de Blaga también hay trayectos nocturnos en coche, trapicheos arriesgados y tipos muy canallas. Pero, como en todo su cine, Komandarev evita siempre el maniqueísmo y coloca a sus personajes y al espectador ante dilemas en los que la elección no es fácil. Según el momento, lo que hace esta viuda puede provocar compasión, empatía o rechazo. De hecho, la escena final, con el mejor y más terrible fuera de campo que yo haya visto en mucho tiempo, nos interpela de manera directa: ¿qué haríamos en el lugar de Blaga?, ¿cómo nos sentiríamos y a dónde iríamos después? Por suerte para nosotros, la proyección terminó con bien. Y pudimos asistir a un coloquio muy interesante. Ojalá que el largo e intenso aplauso que recibió Komandarev anticipe muchos éxitos para su película.