sábado, 25 de enero de 2025

The Brutalist

de Brady Corbet. EE.UU., 2024. 215’.
25 de enero de 2025. Cines Embajadores-Foncalada, Oviedo. V.O.S.

Tras sobrevivir al Holocausto, Lázló Tóth consigue llegar a Nueva York para empezar una nueva vida. Su mujer y su sobrina siguen en Hungría buscando la forma de reunirse con él. Su único contacto es un primo que vive en Pensilvania y le ayuda en los primeros momentos. Por él conoce a Harrison Lee Van Buren, un potentado que, tras quedar impresionado por la biblioteca que le diseñó, le hace un encargo muy especial: un gran centro comunitario y ceremonial a la memoria de su madre. Y es que Lázló Tóth era un importante arquitecto húngaro, formado en la Bauhaus, con ambiciones estéticas afines a algunas derivas del movimiento moderno como la arquitectura brutalista.

Desde mi casa puedo ver los edificios de Niemeyer que se asoman a la ría y en los que rara es la semana que no voy al cine, al teatro o a ver alguna exposición. Y en las tardes del segundo semestre mis clases del máster de profesorado las doy en la facultad de Geológicas, un edificio que me encanta y que seguramente es el más importante exponente de la arquitectura brutalista en Asturias. Así que tenía muchas ganas de ver esta película desmesurada sobre un arquitecto éticamente dañado y estéticamente ambicioso. La verdad es que sus tres horas y media (con un oportuno intermedio) se hacen cortas en esta historia sobre arquitectura, capitalismo americano y ambición desmedida que también podría formar un interesante díptico con Pozos de ambición, la epopeya decimonónica de Paul Thomas Anderson. Por sus orígenes húngaros y por el antecedente de aquel otro judío no menos dañado que hizo inolvidable en El pianista, la película de Roman Polanski, está claro que debía ser Adrien Brody quien interpretara a este arquitecto. Pero Brady Corbet no solo acierta en eso. También en la construcción de una historia entre cuyas virtudes está un guion que da tiempo a las palabras, permitiendo que podamos degustar el ritmo sosegado de los diálogos. La banda sonora merecerá los premios que reciba porque le da a la historia el empaque que necesita un drama tan notable como el que nos presenta Corbet. Pero, además de la arquitectura y los personajes, en The brutalist late cierto interés por hacer protagonista al contexto histórico: la tragedia del Holocausto, que tanto ha marcado a ese matrimonio doblemente dañado, la aspereza del capitalismo norteamericano tras su victoria bélica, pero también el Estado de Israel, esa tierra prometida del sionismo que en la primera parte de la película parece peligrosamente fanática (es magnífica la escena de la cena en que la sobrina anuncia que irá allí con su marido), pero luego no tanto (sobre esto es muy recomendable ver Expediente Netanyahu, el estupendo documental de Alexis Bloom). Así que The brutalist también apunta alguna (quizá tímida) reflexión sobre el brutalismo moral de ese país que suele autodenominarse América, al que nosotros llamamos Estados Unidos (aunque ellos muchas veces dicen solo The States) y que, paradójicamente, alberga la sede de las Naciones Unidas (otro edificio que expresa los contrastes estéticos en el movimiento moderno entre Niemeyer y Le Corbusier). Así que Brady Corbet no solo nos ofrece tres horas y media de disfrute cinéfilo, sino una interesante agenda de temas históricos, estéticos y políticos sobre los que debatir.