sábado, 27 de septiembre de 2025

La voz de Hind

de Kaouther Ben Hania. Túnez, 2025. 89’.
27 de septiembre de 2025. Kursaal, 73º Festival de San Sebastián (Premio del Público). V.O.S.

En la tarde del 29 de enero de este año en el centro de emergencias de la Media Luna Roja se recibe una llamada desde Alemania. Quien llama es un palestino que pregunta por su hermano y su familia. Al parecer su coche ha sido tiroteado desde unos tanques israelíes en Gaza. Ellos consiguen hablar con una niña que sigue viva en ese coche. Es Hind Rajad, tiene seis años y toda su familia está muerta a su lado. Durante varias horas los voluntarios siguen hablando con ella por teléfono. E intentando que les den permiso para que una ambulancia que está a solo ocho minutos de distancia pueda ir a rescatarla. Pasan las horas, llega la noche y el ejército israelí finalmente les da vía libre. Pero cuando la ambulancia está llegando también es tiroteada y los rescatadores mueren. Como la voz de Hind que se apaga para siempre.
 
Recuerdo aquellos días de enero. Ya son más de 65.000 los palestinos asesinados y de ellos más de 20.000 eran niños, pero lo que pasó con esa niña me pareció entonces una de esas monstruosidades que confirman que el canalla que ha hablado esta semana en la ONU no es un judío, sino Hitler redivivo. No solo él encarna ahora el mal absoluto. También esos millones de israelíes que votaron al Likud (y a esas otras derivas ¿aún? más infernales) y que siguen apoyando lo que está haciendo su ejército en Palestina. También esas decenas de miles de israelíes que han entrado armados en Gaza y no se han suicidado. Todos ellos deberían escuchar una y otra vez la voz de Hind. Y las de esas mujeres que por teléfono intentaban acariciarla con palabras. Porque todo esto es también una cuestión de género. Las voces que cuidan y protegen son femeninas. Y son siempre masculinas las que discuten, protocolizan, se disculpan o justifican, pero deciden y finalmente matan. Kaouther Ben Hania ha tenido el acierto de respetar la necesaria linealidad de la historia, de identificar con claridad cuándo las voces son las de las grabaciones reales (las de la niña siempre lo son) y cuándo no son de los actores sino de los voluntarios reales de la Media Luna Roja que hablaron con ella durante aquellas horas terribles. Y tiene también el mérito de renunciar a cualquier innovación formal. En El hombre que vendió su piel y, sobre todo, en Las cuatro hijas había demostrado su notable originalidad, pero aquí ha preferido renunciar a cualquier ejercicio de estilo en favor de la verdad cruda de los hechos.  Después del Gran Premio del Jurado en Venecia, La voz de Hind ha recibido en San Sebastián el Premio del Público con la puntuación más alta de la historia del festival. Un premio dentro y fuera de las salas, porque durante estos días las calles de Donostia han clamado contra el genocidio. Tengo muchas ganas de que esta película se estrene. Ojalá que también fueran a verla nuestras derechas más o menos extremas. Quizá así podrían entender lo que pasó esta tarde en el Kursaal. Nadie aplaudía. La voz que habíamos escuchado era realmente la de Hind y el impresionante silencio que acompañó la película se mantuvo mientras pasaban los títulos de crédito. Solo se oían algunos llantos y pañuelos. Y solo cuando los créditos estaban terminando se empezó a aplaudir. Era un aplauso que sonaba a dolor quebrado, a respeto infinito y a indignación imponente. Ojalá se escuchara en toda Palestina. Desde el río hasta el mar. Pero sobre todo ojalá se escuchara también en Tel Aviv. Allí quizá haya seres humanos avergonzados por lo que está haciendo su país.