12 de agosto de 2016. Cines Van Dyck, Salamanca. V.O.S.
Àgata comparte todo con sus tres amigas de siempre. Hasta ahora. Porque en este año en que empieza en la universidad está conociendo a otras gentes y la relación con ellas no parece ser igual.
Cuatro estudiantes de cine ponen la cámara en un lugar imposible. En medio de la intimidad de cuatro amigas que transitan de la adolescencia a la juventud. Es un retrato hiperrealista que, como el último trabajo de Guerín, se desarrolla en Barcelona, con el tiempo acotado, en ambiente universitario y con algún cristal de por medio. El mismo tiempo vital masculino que Linklater retrata magistralmente en su última obra es el que motiva esta película que nos muestra la intrahistoria de unos afectos femeninos. Y lo hace con una frescura y una maestría que hacen desear lo mejor para esos cuatro personajes. Y también para las cuatro actrices y las cuatro directoras (¿personajes? ¿actrices?, ¿directoras? ¿pero no son las mismas?). Todo es deliciosa intensidad juvenil: el primer encuentro con el vecino, la impagable conversación en la terraza de la fiesta, la discusión en la casa de la costa, los dos únicos planos distantes (a lo Lois Patiño) de la tarde y el amanecer en la playa... Con unos encuadres perfectos, que parecen descuidados pero están llenos de significado, con un montaje que mide los tiempos de manera impecable y con una manera magnífica de mostrar estados de ánimo evitando siempre los subrayados, Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen no han hecho un trabajo fin de curso en una escuela de cine apoyadas por Isaki Lacuesta y Leon Siminiani. Han hecho una película más que notable sobre la edad inolvidable. Las amigas de Àgata muestra lo que pasa entre unas amigas cuando aparentemente no pasa nada. Todo en tiempo presente y en femenino muy singular. Como la mirada de sus jóvenes directoras.