2 de junio de 2016. Laboral Cinemateca, Gijón.
Objetos urbanos que enamoran a una mujer. Impertinencias verbales que se contagian entre la gente. Y la fe que descubre un hombre al que espía su hijo.
Tres directores para tres cuasihistorias intercaladas. Las tramas se anudan magníficamente en una urdimbre surrealista. Juan Cavestany ya la había utilizado con total libertad en la cautivadora Gente en sitios. Pero Esa sensación es todo un homenaje a los actos fallidos, a los amores dislocados, a las grietas existenciales que dejan intuir lo que está más allá (o más acá) de la experiencia religiosa, de la sublimación fetichista y de los juegos del lenguaje. Aunque no lo parezca hay mucho orden en esta singular película de apariencia onírica. Por ejemplo, el de esa escalera que, además de consuelo nocturno para esa mujer enamorada, es también metáfora de su itinerario erótico por esos objetos de deseo urbano que pueden ser un peine, una barandilla, un parquímetro, una roca, un puente o toda una ciudad. También tiene mucho sentido la relación entre ese padre que cuando está solo actúa como si Dios lo viera (igual que decía Sir Edwin Lutyens y recordaba Óscar Tusquets) y así se lo explica a un hijo que es precisamente quien lo ve. Y, por supuesto, también es virtuoso el círculo lingüístico conformado por esa gente que dice cosas extrañas y también otras tan lúcidas como que debería haber una palabra que significara a la vez gracias y perdón. Cuando el cine es fascinante uno siente que también le faltan palabras para explicarlo. Así es Esa sensación.