15 de abril de 2017. Cines Ocimax, Gijón.
Marcos regresa con su mujer desde España a Argentina para hacerse cargo de las cenizas de su padre. Aunque no lo desea, tendrá que hablar también de la herencia con su hermano Salvador que vive aislado en un bosque nevado. La muerte del tercer hermano cuando su padre los iniciaba en la caza sigue muy presente entre ellos. Especialmente en Salvador, al que su padre consideró culpable de lo que parecía el trágico accidente de unos niños.
Relaciones gélidas entre dos hermanos con secreto remoto. Entornos helados para una historia áspera de una familia con pasado turbio. El que vamos sabiendo sobre la muerte del hermano, pero también el que apenas se esboza sobre un padre violento y una madre que no aparece ni en fotografía. El contrapunto de la joven esposa española de Marcos, en principio solo espectadora del conflicto, se convierte en elemento clave de la parte psicológica de la historia con esa oportuna escena final que renueva el daño que puede provocar un secreto. La historia está bien contada, con un equilibrio muy adecuado entre las tensiones del presente y las evocaciones del pasado (especialmente las de Marcos en la cabaña). Leonardo Sbaraglia sabe dar el tono justo a un personaje que se debate entre la sensatez, la cobardía y la culpa. Y con una interpretación magnífica y contenida de este personaje solitario, Ricardo Darín desmiente que solo sea su sonrisa lo que fascina a la cámara. Ha hecho menos papeles rudos y torturados pero en interpretaciones como esta demuestra que es un actor extraordinario en cualquier registro. Además de una buena historia con dos actores soberbios, en Nieve negra también está muy bien Laia Costa (de la que tengo muchas ganas de ver Victoria, esa película singular que casi no se ha exhibido en España) y, por supuesto, las breves pero poderosas escenas del gran Federico Luppi, del que nunca olvidaré el papel de anciano reflexivo que le vi hacer en agosto pasado en un teatro de Corrientes.