9 de abril de 2017. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Una familia gitana vive en un bosque húngaro. Son una madre que trabaja en lo que puede, una adolescente responsable que va a la escuela, un chico listo que no lo hace y un abuelo incapacitado que apenas puede salir de la infravivienda en la que viven. El padre está en Canadá y espera que pronto puedan reunirse con él. Todos tienen miedo porque una banda de racistas ha asesinado en la noche a otra familia gitana.
Ayer se celebró el Día Internacional del Pueblo Gitano y eso seguramente explica que el miércoles se proyectara en el Valey una mejorable película francesa y hoy veamos en el Niemeyer esta estupenda película húngara. Las dos proyecciones han ido precedidas de sendos anuncios de la Fundación Secretario Gitano, tan pertinentes y compartibles como es costumbre en sus cuidadas campañas. A diferencia de Geronimo, Solo el viento no se recrea en los tópicos sino que aporta una impresionante denuncia sobre la marginación y el miedo que se puede sentir siendo gitano en Hungría (un país que últimamente parece empeñado en que le expulsen de Europa). Con maneras cámara en nuca, a lo Dardenne, pero con un magnífico manejo del tiempo y del encuadre, Solo el viento es un áspero retrato de la cotidianidad de una familia gitana durante una jornada que comienza antes de que amanezca y termina muy mal en la noche. Como decía en la reseña de ayer a propósito de la de Aki Kaurismäki, estaría muy bien que vieran esta película ciertos individuos. En este caso los que propagan cada día el odio y el miedo hacia los gitanos. Y es que a lo que realmente hay que temer es a esa inoculación del miedo que ellos practican. De eso en Hungría (y también aquí) se sabe bastante.