21 de mayo de 2020. Festival DocsBarcelona. Filmin, Avilés.
Acompañamos a Jaume Plensa a ver sus obras. Es como si un amigo nos fuera comentando sus impresiones cuando ve cómo toman forma en su inmenso taller y cómo las encuentra cuando vuelve a verlas en los lugares más oportunos de Canadá, Francia, Suecia, Japón o España. Y también qué siente cuando imagina cómo quedará su último trabajo en un rascacielos o cuando contempla cómo se instala y cómo es recibido por los ciudadanos de Nueva York.
A mi juicio las obras de Plensa expresan lo mejor de lo humano: la inmediatez de la presencia corpórea y la evocación infinita que hace posible el lenguaje. Plensa no decora espacios públicos. Los humaniza haciéndolos habitables para la belleza y propicios para la reflexión alegre de cualquiera. Acompañarlo en este viaje por lugares diversos, que él ha hecho más públicos y armoniosos, es una delicia de hora y cuarto que será fácil recordar como si hubiéramos paseado con él por el mundo. Porque Plensa no imparte lecciones a la cámara ni enfatiza el valor de sus obras. Solo nos ayuda a disfrutarlas como un buen amigo que las quiere y sabe acariciarlas con las manos, con los ojos y con las palabras. El artista en el que se inspiraba Jaime Rosales en su magnífica Petra también era catalán pero creo que no era Plensa. Algunos escultores y artistas plásticos han aspirado a hacer filosofía con obras que obligan a la hermenéutica. Plensa también la hace pero con la cordialidad de quien sabe que la mejor filosofía tiene que ver con la poesía y no rehúye la belleza.