21 de mayo de 2020. Festival DocsBarcelona. Filmin, Avilés. V.O.S.

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Lo decía Wittgenstein en el Tractatus y creo que lo refleja este documental sobre una gentes que, en un lugar tan maravilloso como Chile, viven confinadas fuera del mundo y hablando solo alemán. En Paraguay he visto comunidades que solo hablan alemán o japonés en lugares no lejanos de los que fueron escenario de aquellas misiones jesuíticas de las que, quienes hablamos esta lengua, deberíamos sentirnos orgullosos por ser de los pocos sitios en el mundo en los que una lengua y una cultura grande supo respetar y preservar la lengua y la forma de ver el mundo de unas gentes que aspiraban a vivir nada menos que en la Tierra sin Mal. Aquellos guaraníes que hablaban una lengua maravillosa y poética, y a los que los jesuitas regalaron el don de la escritura que les permitió perpetuarla, son la antítesis de esa comunidad en la que hace casi sesenta años unos alemanes sembraron la semilla del mal. Vemos ahora a sus descendientes manteniendo su aislamiento y sin saber negociar aún con una memoria histórica que ha convertido su tierra en destino turístico para germanófilos y lugar de ignominia para quienes sufrieron la complicidad de aquellos alemanes en la época de Pinochet. Viendo los atuendos de los militares chilenos y recordando aquellas imágenes tremendas que vi de niño cuando el augusto canalla vino a España para asistir al funeral de su colega, no me extraña que lo peor de la historia alemana haya mancillado paraísos buscando refugio en América.