viernes, 14 de octubre de 2022

Girasoles silvestres

de Jaime Rosales. España, 2022. 107.
14 de octubre de 2022. Cines Ocimax, Gijón.

Julia es una madre joven que tiene dos hijos. Los tres viven con el abuelo hasta que ella conoce a Óscar y empiezan a vivir juntos. Él es atractivo y camelador, pero también es un maltratador. Así que Julia lo deja para irse a Melilla donde vive Marcos, el padre de los niños. La relación no es mala, pero Marcos dice que no sabe, ni quiere, ejercer de padre. De vuelta a Barcelona, Julia encontrará de nuevo a Àlex, su amigo de la infancia. Con él tendrá otro niño y quizá también una vida feliz.

Las películas de Jaime Rosales son lecciones magistrales de hiperrealismo poético. En Girasoles silvestres nos ofrece una nueva muestra de su capacidad para variar sus decisiones formales manteniendo la originalidad y personalidad de su cine. El encuadre no es aquí tan atrevido como en La soledad o Tiro en la cabeza ni tan espiritual como en Petra. Y eso quizá hace que esta película sea más accesible para distintos públicos, sin renunciar por ello a una calidad artística exquisita. En Girasoles silvestres  hay, como en Sueño y silencio, una atención especial a los hilos que tejen y destejen las relaciones familiares. Y también  un verdadero tratado sobre la pareja que prolonga el que nos ofreció en Hermosa juventud. Pero aquí también hay un catálogo de masculinidades descomprometidas y un extraordinario retrato femenino y feminista. Quienes hablan de violencia intrafamiliar, en lugar de violencia machista, deberían repasar una y otra vez las escenas de Julia y Oscar en esta película. Tampoco estaría mal que revisaran ese subtexto que Rosales nos ofrece sobre la relación de la socialización masculina con el balón y el papel de este en la generación de gestualidades y actitudes testosterónicas. Unas maneras de estar en la vida muy distintas y distantes de las de la amorosa responsabilidad, el compromiso leal y el cuidado infinito que siempre tiene el personaje de Julia.  Un personaje para el que Jaime Rosales ha encontrado a la actriz perfecta. Anna Castillo estaba estupenda en El olivo o en Viaje al cuarto de una madre, y aún más en La vida era eso, pero aquí se ha consagrado como una actriz con mil matices en un trabajo por el que serán sobradamente merecidos todos los premios que reciba. A su lado no hay que olvidar lo bien que están los demás actores. Por supuesto, Manolo Solo haciendo de abuelo que todo lo entiende y todo lo acepta. Pero especialmente Oriol Pla, que ha sido capaz de modelar de forma perfecta a ese arquetipo del macho peligroso. Un personaje que está en las antípodas de la contención que caracterizaba al que había interpretado en Petra. Por lo demás, esa escena final, en la que la nueva familia es feliz en torno al lago y Julia se queda por un momento atrás para tomar distancia y retratarse sola, es un cierre perfecto para una película tan delicada y magistral. Y esa hermosa escena no podía tener mejor acompañamiento que aquella canción de Triana que también inspiró otra joya en el teatro: Sé de un lugar.