13 de noviembre de 2018. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S.
Lazzaro es un joven de bondad infinita. Su mundo se limita a La Inviolata, una finca en la que se produce tabaco para una marquesa que mantiene esclavizados a los campesinos. En la segunda parte de la historia se reencuentra con los demás en la periferia de Milán. Para ellos han pasado los años y ahora son indigentes urbanos. Pero Lazzaro sigue siendo el mismo joven bondadosamente pasmado que es feliz haciendo felices a los demás.
Un punto felliniano y una mirada poética. Así me parecía la singular historia de la familia ensimismada que Alice Rohrwacher retrató en su muy singular película El país de las maravillas. Lazzaro feliz no es menos poética y también tiene su punto felliniano (el carromato que conduce el inconmensurable Sergi López me ha recordado al de La Strada que este fin de semana ha venido al Niemeyer de la mano de Mario Gas). También tiene reminiscencias pasolinianas (esas comunidades que parecen medievales y esos personajes periurbanos tan gregariamente arquetípicos) y hasta bertolucciano (la comunidad de La Inviolata me ha recordado a aquel ingenio que lideraba Burt Lancaster en la primera parte de Novecento). Incluso encuentro cierto realismo mágico en este Lazzaro redentor con alma de lobo bueno (son magníficas la escenas de la música escapando de la iglesia, la del sacrificio en el banco y la del lobo en la carretera). Así que Alice Rohrwacher mejora la buena impresión que ya tenía de su cine tras ver aquella película que tenía un cartel y un título deliciosos. Ojalá que se estrenen en España las próximas que haga.