martes, 23 de noviembre de 2021

El profesor Bachmann y su clase

de Maria Speth. Alemania, 1997. 217’.
23 de noviembre de 2021. Cines Ocimax. 59º Festival de Cine de Gijón (sección: albar). V.O.S.

El profesor Bachmann tiene a su cargo un aula con veinte chicos y chicas de unos trece años que viven en Stadtallendorf, una pequeña ciudad industrial alemana que tiene su origen en las fábricas de armas que instalaron allí los nazis. La mayor parte de sus habitantes son ahora inmigrantes de primera o segunda generación. En el aula del profesor Bachman hay, por tanto, hijos de turcos, búlgaros, rumanos y otras nacionalidades que han llegado a Alemania hace años o hace solo unos meses. Durante tres horas y media asistimos a escenas cotidianos filmadas durante varios meses de un curso escolar. No hay clases magistrales, pero sí música, diálogos, participación, emociones y mucha sinceridad.

En el coloquio María Speth nos dijo que, más que un poema pedagógico centrado en un aula, su película pretendía ser el retrato de un entorno social y la reivindicación de otras formas de relación humana. Sin duda también es eso, pero seguramente El profesor Bachmann y su clase se añadirá a la serie de películas sobre la educación (Hoy empieza todo de Bertrand Tavernier, Ser y tener de Nicolas Philibert, La clase de Laurent Cantet, La educación prohibida de German Doin...) que despiertan mucho interés y generan debates. Quizá su larga duración (que no se nota cuando se ve) haga que tenga menos espectadores de los que merece, pero quienes quieran y puedan verla saldrán recompensados con una experiencia única que les permitirá entrar en la caja negra escolar y en la intimidad de la vida cotidiana en el aula para ver cómo pasa un curso en tres horas y media. Casi el doble de ese tiempo es el que pasan en el aula cada día los chicos que van a nuestros institutos (y a los colegios privados). En una sola jornada (mayormente continua) ven cómo se van sucediendo seis (y hasta siete) asignaturas distintas de la nueve o diez que componen su currículo. Y esa es una de las grandes diferencias entre la educación según Bachmann y la disciplina de las disciplinas  que preside las rutinas de la educación hispana. Aquí cada una de esas materias está a cargo de un profesor distinto. Muchos son apasionados especialistas en su campo aunque algunos no se dan cuenta que para los alumnos su asignatura es solo una décima parte de lo que tienen que aprender y sobre todo aprobar. Otros ni siquiera son apasionados de su materia sino exotitulados que enseñan lo que no estudiaron, como sucede con no pocos profesores de matemáticas (es el efecto del desequilibrio entre la oferta y la demanda de empleo en esa especialidad). Pero Bachmann no tiene nada que ver con eso. Él asume que antes que nada es el tutor de sus alumnos y usa todos los recursos a su alcance para que ellos y su futuro sean siempre lo más importante. Así que en la clase de Bachmann hay música, hay debates, hay palabras (muchas palabras) y bastante libertad. Eso supone negociar con la entropía sabiendo cuándo hay que tirar y cuándo aflojar. Estar atento a todos y a cada uno. Estar disponible siempre porque Bachmann está siempre con ellos. El suyo no es un currículo macdonalizado sino protagonizado por un elenco compuesto por esos jovencitos que traen de casa muchas historias y que están muy bien dirigidos por un hombre que tiene más que ver con la forma en que Lluis Pascual hace teatro que con la manera en que Gregorio Luri entiende que el conocimiento poderoso y entarimado debería hacerse fuerte en el aula. Bachmann es la antítesis de las pedagogías cipotudas, de la evaluación teleológica y de evaluar con boli rojo, de la ilusión bilingüe y por supuesto también de expulsar y desahuciar. Creo que muchos docentes (y por supuesto todos los que empiezan) deberían asomarse a la clase de Bachmann y pensar qué les parece. Quienes tanto reclaman la cultura del esfuerzo también deberían animarse a ello. Son solo tres horas y media contemplando algo bastante entretenido. Poco más de la mitad del tiempo que muchos de nuestros adolescentes pasan cada día en unas aulas bastante más aburridas. Sé que lo que ahí se muestra no es un modelo, ni es transferible, ni generalizable, ni está libre de defectos. Precisamente por eso merece la pena verlo.