4 de junio de 2013. Casa de la Cultura, Avilés. V.O.S.
En los años setenta un cosmonauta soviético llega a la Luna. Luego no consigue regresar a la Tierra. O lo logra pero la encuentra deshabitada. Los mensajes grabados de ese periplo enigmático evocan y afectan al triángulo amoroso truncado por ese viaje fallido.
Los tiempos y los lugares de las gestas espaciales soviéticas están motivando proyectos muy singulares en el cine español reciente. Chaika nos lleva a aquellos espacios desolados para contar una áspera historia existencial. El cosmonauta nos sitúa en los tiempos de aquellos perdedores para imaginar un viaje soviético a la Luna con inquietante regreso doble. La película está inspirada en una idea de Joan Fontcuberta. En la exposición que vimos hace unos años en el Palau de la Virreina, entre otros geniales proyectos suyos, estaba el de un imaginario cosmonauta cuyo fracasado viaje espacial habría sido borrado de la historia soviética (Fontcuberta logró incluso engañar a los embaucadores de “Cuarto Milenio” que dedicaron al caso uno de sus programas). Con esa inspiración y el pedigrí que le da ser un proyecto de micromecenazgo, El cosmonauta podría haber sido una excelente película. Está hecha de planos impecables que separados resultan muy poderosos. Pero en la película predomina ese tono evocador y elusivo que hace tan malo (en conjunto) al (por partes) buen cine del último Malick. Más Fontcuberta y menos Malick habría sido la fórmula para hacer con esas excelentes estampas, tan bien musicadas, una buena película. En cuanto al idioma, la versión que vimos estaba en inglés. Y lo cierto es que habría chocado menos oír a esos rusos hablando en catalán que haciéndolo en la lengua de sus adversarios. Con lo bien que debía sonar en ruso.
Los tiempos y los lugares de las gestas espaciales soviéticas están motivando proyectos muy singulares en el cine español reciente. Chaika nos lleva a aquellos espacios desolados para contar una áspera historia existencial. El cosmonauta nos sitúa en los tiempos de aquellos perdedores para imaginar un viaje soviético a la Luna con inquietante regreso doble. La película está inspirada en una idea de Joan Fontcuberta. En la exposición que vimos hace unos años en el Palau de la Virreina, entre otros geniales proyectos suyos, estaba el de un imaginario cosmonauta cuyo fracasado viaje espacial habría sido borrado de la historia soviética (Fontcuberta logró incluso engañar a los embaucadores de “Cuarto Milenio” que dedicaron al caso uno de sus programas). Con esa inspiración y el pedigrí que le da ser un proyecto de micromecenazgo, El cosmonauta podría haber sido una excelente película. Está hecha de planos impecables que separados resultan muy poderosos. Pero en la película predomina ese tono evocador y elusivo que hace tan malo (en conjunto) al (por partes) buen cine del último Malick. Más Fontcuberta y menos Malick habría sido la fórmula para hacer con esas excelentes estampas, tan bien musicadas, una buena película. En cuanto al idioma, la versión que vimos estaba en inglés. Y lo cierto es que habría chocado menos oír a esos rusos hablando en catalán que haciéndolo en la lengua de sus adversarios. Con lo bien que debía sonar en ruso.