7 de diciembre de 2015. Cines Golem, Madrid. V.O.S.
Jafar Panahi conduce un taxi por las calles de Teherán. Con una cámara en el salpicadero va registrando lo que dicen y hacen quienes se suben en él. Incluida su sobrina que también está haciendo un cortometraje con su cámara fotográfica.
Desde 2010 Panahi tiene prohibido hacer cine, hablar de su cine y salir de Irán. Pero no se ha resignado. Desde entonces, y aún en esas condiciones tan difíciles, ha conseguido hacer tres películas. Esto no es una película, la primera de sus obras insumisas, estaba condicionada enteramente por su kafkiana situación, lo que hacía difícil separar sus valores cinematográficos de su condición de denuncia. Taxi Teherán vuelve a ser un alegato impresionante en favor de la libertad de expresión, pero su interés como obra cinematográfica que cruza las fronteras entre la realidad y la ficción es máximo. El diálogo de los primeros pasajeros sobre la pena de muerte, el testamento grabado con el móvil de Panahi por el hombre accidentado, la surrealista peripecia de las mujeres que llevan dos peces y el estupendo diálogo con la mujer de las flores son elementos que hacen muy singular y atractiva una película que tiene algunos puntos de contacto (al menos en parte del dispositivo narrativo por las calles de Teherán y en ese "realismo sórdido" que persiguen los censores) con la extraordinaria Tales, de su compatriota Rakhshan Bani-Etemad, que vimos el año pasado en el festival de Gijón. Pero de Taxi Teherán será inolvidable el papel de esa pequeña cineasta que es la sobrina de Panahi. Una niña que nos deja boquiabiertos con la lucidez de lo que dice y la intención de lo que filma. Así que el Oso de Oro en Berlín seguramente fue bien merecido para la película de Panahi y, no pudiendo recibirlo el propio director, no pudo tener mejor destino que las manos de la pequeña Solmaz Panahi que lo recogió en su nombre.