30 de noviembre de 2016. Cines Los Prados, Oviedo.
Tras obtener el Premio Nobel, Daniel Mantovani recibe una carta de la intendencia de Salas, el pueblo de la provincia de Buenos Aires del que salió hace cuarenta años y al que solo ha querido volver en sus novelas. Ahora vive en Barcelona y, aunque suele rechazar la mayoría de las invitaciones que recibe, decide acudir al homenaje que le harán en su pueblo, del que quieren declararlo ciudadano ilustre.
De los directores de El hombre de al lado solo se podía esperar lo mejor. Así que no sorprende lo bien que les sale esta estupenda historia en la que confrontan con fina ironía la alta cultura y la vulgaridad rural. A partir de una idea así era fácil que la historia se regodeara en lo hilarante de unas situaciones y unos personajes que en manos de otros directores daría solo para una comedia de sal gruesa y resortes. Pero Mariano Cohn y Gaston Duprat le sacan el mejor partido a una historia que tiene bastante más calado del que parece y que, a la vez que desvela miserias locales, tampoco deja indemne al mundo del afamado escritor. De hecho, como ya pasaba con el diseñador de El hombre de al lado, cuanto más comprensible es el enfado del protagonista más le perjudican sus airadas reacciones. Y es que a veces la coherencia de los biempensantes acaba por dejarlos malparados. El ciudadano ilustre no lo sería tanto si no estuviera protagonizado por ese estupendo actor que es Óscar Martínez, el magnífico padre juez de la Paulina de Santiago Mitre, y por unos secundarios perfectos, desde nuestra Nora Navas hasta cualquiera de los actores argentinos que casi parecen naturales de ese pueblo que, no por casualidad, tiene por nombre un palíndromo.