5 de noviembre de 2015. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Gary llega a Paris desde Estados Unidos para una reunión de trabajo. Se aloja en un hotel al lado del aeropuerto para salir al día siguiente hacia Dubái. Pero esa noche decide romper con todo y quedarse allí. En ese hotel trabaja como camarera Audrey, una universitaria que, igual que hacen los gorriones, observa todos los detalles. Y por una noche se convierte en uno de ellos.
Desde las primeros planos sé que la película será especial. Seguimos a vista de pájaro los pensamientos de las personas que van en un tren. Luego acompañamos instantes cruciales en las vidas de dos: un ejecutivo americano que en una noche de angustia decide dejarlo todo y una joven francesa que será por una noche una cenicienta alada. La primera parte con Gary es de un naturalismo impecable que entendemos perfectamente quienes hemos pasado muchas noches solos en hoteles con tiempo para pensar en el rumbo de nuestra vida y en lo que sería de ella si al día siguiente no tomáramos el avión. La segunda parte con Audrey contiene un giro enormemente arriesgado al convertir a la dulce joven en un gorrión del que escuchamos sus pensamientos y al que acompañamos en sus vuelos con imágenes bellísimas que podrían componer una serie de cortometrajes deliciosos (el dibujante oriental, el conserje elegante que duerme en el coche, el encuentro con Gary en el pasillo del aeropuerto...) Pascal Ferran (del que no había visto nada hasta ahora) arriesga mucho con esta historia que es doble no solo por las historias que contiene, sino por el dispositivo formal con que construye esta magnífica película: realismo poético en la desconexión de Gary y documentalismo onírico en el vuelo de Audrey. Sé que a muchos Bird people les parecerá una película rara y se les hará larga. Pero a mi, que me encanta observar a los pájaros, curiosear en los hoteles e imaginar las vidas de la gente me ha parecido una delicia.