26 de noviembre de 2013. Cines los Prados, Oviedo.
Una pareja de ancianos viajan a Tokio para pasar unos días con sus hijos. El contacto con ellos será también una despedida porque cuando van a regresar a su isla la madre muere.
Han pasado sesenta años entre los Cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu y esta historia que pretende recrearla hoy. Y la diferencia es abismal. El guión es en gran medida el mismo con pequeños cambios en algunos personajes (el hijo que vivía en otra ciudad en la historia de Ozú vive en Tokio en la de Yamada, su novia viene a ser aquella inolvidable nuera viuda y los nietos radicalmente rebeldes hace sesenta años son ahora mucho más moderados). Pero el resultado es muy diferente. Cuentos de Tokio perfilaba mucho más y mucho mejor el carácter de todos los personajes y hacía importantes todos los momentos y todas las conversaciones, mientras que Una familia en Tokio convierte en impostadas (incluso ñoñas) las partes en que pretende ser más fiel al original. Vana empresa la de intentar actualizar un relato que se ha hecho intemporal. Pero es que además Una familia en Tokio se olvida de que el original de Ozú no solo es mayúsculo por la historia que cuenta, sino también por la belleza formal con que lo hace. Cada plano y cada secuencia de Cuentos de Tokio es una lección de inspiración en la composición de los encuadres, en la geometría con que se colocan y se mueven los personajes, en la cadencia con que se suceden las imágenes. Nada hay de eso en Una familia en Tokio. Así que no se entiende el motivo de un sucedáneo que lo único que aporta es el posibe interés que pueda despertar por ver el original. Quizá sea a Ozu al que ha querido premiar de forma transitiva (e innecesaria) el festival de Valladolid concediendo una Espiga de Oro a esta copia que realmente no la merece.