de Klaus Härö. Finlandia, 2024. 85’.
13 de agosto de 2025. Cines Van Dyck, Salamanca. V.O.S.
El 1942 un judío finlandés con liderazgo en su comunidad está convencido de que el gobierno de su país nunca se aliará con la Alemania nazi. Por ello, trata de inspirar confianza a los refugiados que protege en su empresa. Sin embargo, no lo conseguirá con todos y eso hará que se siga sintiendo culpable mucho tiempo después.
La historia, basada en hechos reales, se cuenta a partir de los recuerdos que Abraham Stiller le cuenta a una joven periodista en los años setenta. El relato está bien hilvanado y tiene una ambientación y una fotografía particularmente elegantes. En cierto modo es la vindicación de un hombre que, a pesar del bien que hizo, se sentía culpable por lo que no salió bien. Viendo esta película resulta inevitable preguntarse si la estarán viendo también en Tel Aviv. Y si podrán empatizar allí con un hombre con tal nivel de exigencia moral. Solo podrán hacerlo con sinceridad esa pequeña minoría de israelíes que se oponen a que su país pretenda monopolizar la herencia de las víctimas pretéritas y usarla como coartada para la barbarie actual. Qué razón tenía Hannah Arendt cuando decía que los crímenes del nazismo no eran solo contra el pueblo judío sino contra la Humanidad. Por eso los crímenes de Israel no son solo contra el pueblo palestino sino también contra toda la Humanidad. Una vez más conviene recordar lo que ella escribió hace casi ochenta años en relación con el futuro del Estado de Israel. El título de aquel escrito resuena, en cierto modo, en el de esta película:
"Incluso si los judíos ganasen la guerra, al final encontrarían
destruidas las únicas posibilidades y los únicos logros del sionismo en
Palestina. El país que aparecería entonces sería algo muy diferente al
soñado por la judería mundial, tanto sionista como no sionista. Los
judíos «victoriosos» vivirían rodeados por una población árabe
totalmente hostil, aislados dentro de unas fronteras continuamente
amenazadas, obsesionados por la autodefensa física hasta un grado tal
que sumergiría todos los demás intereses y actividades. El desarrollo de
una cultura judía dejaría de ser el objetivo de la gente; los
experimentos sociales serían descartados como lujos impracticables; el
pensamiento político giraría en torno a la estrategia militar; el
desarrollo económico estaría determinado exclusivamente por las
necesidades de la guerra. Y todo esto sería el destino de una nación que
[...] seguiría siendo un pueblo muy pequeño, sobrepasado numéricamente
por sus vecinos hostiles. Bajo estas circunstancias [...] los judíos
palestinos acabarían siendo una de esas tribus guerreras cuyas
posibilidades e importancia la historia nos ha enseñado de sobra desde
la época de Esparta." (Hannah Arendt, «To Save the Jewish Homeland: There Is Still Time», 1948)