jueves, 30 de enero de 2020

Si me borrara el viento lo que yo canto

de David Trueba. España, 2019. 89.
30 de enero de 2020. Cines Parqueastur, Avilés.

Chicho Sánchez Ferlosio componía canciones contra el franquismo en los años sesenta. Su música era casi un himno de resistencia que llegó a tener un gran éxito en la Suecia socialista de los sesenta y los setenta. Con declaraciones de su mujer Ana Guardione, de su sobrino Máximo Pradera y de muchos otros que le conocieron entonces (incluido Sánchez Dragó) se repasa su singular figura y el paisaje gris de aquella España.

David Trueba ha venido esta tarde a Avilés para un encuentro con el público de sus libros y para presentar después este documental. La verdad es que da gusto leerlo, da gusto escucharlo y da gusto ver sus películas. También este documental que es todo un homenaje a una figura tan inclasificable (por voluntad propia) y tan imprescindible (no solo entonces) como la de Chicho Sánchez Ferlosio. La película se centra en aquellos primeros años y está magníficamente contada con voces tan oportunas como la de su mujer y con el acierto con que David Trueba ha sabido hilvanar sus canciones con fragmentos de otras películas que sirven de ilustración y contrapunto a su historia. Al terminar la proyección casi todo el público que llenaba la sala se quedó para escuchar, en un ambiente casi familiar, a este Trueba tan lúcido, tan crítico y tan cercano.

miércoles, 29 de enero de 2020

Cachada

de Marlén Viñayo. El Salvador, 2019. 82’.
29 de enero de 2020. Escuela de Comercio, Gijón.

Magaly, Wendy, Magda, Ruth y Chileno viven muy modestamente en El Salvador. Las cinco comparten experiencias traumáticas de abusos, malos tratos y machismo. Para ellas el teatro es una oportunidad catártica para reflexionar sobre sus vidas mientras preparan una obra en la que serán a la vez personajes e intérpretes.

Esas mujeres salvadoreñas son estupendas y da gusto verlas compartiendo emociones. Sin embargo, el ritmo del documental y la calidad del sonido son bastante mejorables (la película lleva subtítulos  pero no porque el español de estas salvadoreñas sea difícil sino por el deficiente sonido directo). En todo caso, el interés de la tarde no ha estado solo en la película sino también en escuchar al jefe de estudios de la ESAD de Asturias hablando del proyecto Confluencias, una iniciativa que demuestra que el teatro, además de arte y cultura, es también un magnífica forma de compromiso social.

martes, 28 de enero de 2020

Ema

de Pablo Larraín. Chile, 2019. 102.
28 de enero de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.

Ema baila, enseña y a veces también usa el lanzallamas. Gastón hace coreografías y hasta ahora vivía con ella. Los dos han devuelto a su hijo adoptado Polo después de que el niño le quemara la cabeza a la hermana de Ema. Será un tiempo complicado en el que ella tendrá relaciones abiertas y experiencias muy variadas con los dos sexos. Algunas le servirán para recuperar a Polo y construir una nueva vida sentimental que no excluye a Gastón.

En Chile se hace un cine estupendo pero la trayectoria de Pablo Larraín es extraordinaria (Tony Manero, No, El club, Neruda, Jackie y ahora Ema). Nunca duda en asumir todos los riesgos contando historias tan intensas en el contenido como singulares en la forma. Aquí cuenta además con las magníficas interpretaciones de Mariana Di Girolamo en un cautivador personaje de feminidad libérrima y de Gael García Bernal que le da una réplica perfecta en el papel de un hombre que tiene difícil adaptarse a las coreografías sentimentales de su compañera. La música, los bailes y las escenas con fuego dan a la película una atmósfera singularísima. Aunque reconozco que mi debilidad por Valparaiso y la posibilidad de volver durante hora y media a aquel hermoso lugar me ponen desde el principio de parte de esta extraña y fascinante película.

viernes, 24 de enero de 2020

Aguas oscuras

de Todd Haynes. EE. UU., 2019. 126.
24 de enero de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.

Un ganadero tosco y un abogado tenaz se enfrentan a la Dupont. La batalla tendrá como motivo la contaminación de las aguas y se desarrollará durante muchos años. Es David contra Goliat en una pelea entre el emporio de la química, el poder y el principio de precaución.

En mi familia la química ha estado siempre muy mal vista. Principalmente por el contraste entre su uso agrícola y la calidad de nuestros huertos y nuestros árboles salmantinos. Denuncias como la de Rachel Carson en La primavera silenciosa fue un hito fundamental en la generación de una cultura ambientalista (también es una maravilla ese librito suyo titulado El sentido del asombro) que sintonizaba plenamente con la desconfianza hacia la química de mis ancestros. Y supongo que por hechos como los que muestra esta película es por lo que, nada más llegar a aquí, la Dupont quiso lavar su imagen creando una charca artificial para las aves justo al lado de sus instalaciones asturianas. El caso del que trata Aguas oscuras muestra lo fundamentado de las sospechas hacia algunos usos de la química. Es la batalla de los débiles contra los poderosos en su empeño por defender la salud y la calidad del entorno. Una historia verdadera que refleja la heroicidad y la tenacidad que necesitan los menesterosos para librar estas batallas. Ojalá que la actitud y el tesón de abogados como el que interpreta estupendamente Mark Ruffalo fueran mucho más frecuentes. Y que su deontología no fuera exótica en los tribunales más supremos.

miércoles, 22 de enero de 2020

Honeyland

de Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov. Macedonia, 2019. 85.
22 de enero de 2019. Centro Cultural Valey, Piedras Blancas. V.O.S.

Una mujer rústica sobrevive con su madre en una ruinosa aldea de Macedonia atendiendo con mucho empeño sus panales de abejas. Pero su vida se desequilibra cuando llega a la aldea una familia con muchos niños y decenas de vacas. Ellos también quieren producir miel, pero su forma de llevar las colmenas es muy diferente.

La vida de esa mujer modesta y su relación con su madre y con las abejas hace interesante una película que tiene su mejor baza en los paisajes que retrata. Sin embargo, la llegada de los forasteros y la aspereza con que son mostrados no solo desequilibra la vida de la protagonista sino también la propia historia. Son un grupo molesto y poco recomendable cuyas formas de vida se presentan de manera fragmentaria y nada complaciente. Así que uno no acaba de entender si la película es un canto a la apacible vida de la apicultora o un alegato contra la llegada de los foráneos.

domingo, 19 de enero de 2020

Sofía

de Meryem Benm’Barek. Marruecos, 2018. 79.
19 de enero de 2020. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.

En un día de reunión familiar Sofía rompe aguas. Su prima la lleva al hospital y allí da a luz una niña sin que hasta ese momento supiera que estaba embarazada. Sofía dice que el padre se llama Omar y su familia lo busca para que se case con ella.

Una película nada obvia con un guión muy bien armado. Es marroquí pero en eso también podría parecer iraní. Además de contar una buena historia, Benm'Barek sabe hacerlo creando situaciones en las que los intérpretes puedan lucirse y, desde luego, lo hacen. Sobre todo en esas escenas en las que los silencios y los gestos más leves muestran mucho sin decir casi nada. Se programa en la Muestra de Cine Social y de Derechos humanos pero Sofía es bastante más que una película edificante. De hecho, esquiva los lugares comunes y las lecciones esperables. Es nada más que una buena historia muy bien contada. Nada menos.

miércoles, 15 de enero de 2020

Luna de miere

de Ioana Uricaru. Rumanía, 2018. 85.
15 de enero de 2019. Centro Cultural Valey, Piedras Blancas. V.O.S.

Mara se ha casado con un estadounidense al que había estado cuidando como enfermera. Su intención es quedarse en Estados Unidos y por eso ha vendido su casa en Rumanía y se ha traído a su hijo. Sin embargo, aún no tiene la tarjeta de residente y las cosas se complican cuando el funcionario que debe evaluar su caso se comporta como un canalla.

Mujer, madre y rumana. Lo peor es lo tercero para entrar en Estados Unidos, pero el sufrimiento será mayor por ser guapa y tener un hijo. Su anhelo de tener una vida mejor convierten a Mara en víctima propiciatoria para un sistema burocrático en el que los extranjeros están bajo sospecha y los depredadores se aprovechan. No hay subrayados ni exageraciones en la película de Ioana Uricaru, sino una historia bien contada con momentos tan intensos como la escena de los policías y el niño o los tres encuentros con el (dis)funcionario. Buen cine rumano en contexto americano. Una denuncia más que oportuna en estos tiempos en que los xenófobos más ignorantes y despiadados llegan a ser presidentes o diputados.

sábado, 11 de enero de 2020

La guerra de las corrientes

de Alfonso Gómez-Rejón. EE. UU., 2017. 107.
11 de enero de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.

Westinghouse frente a Edison. La guerra de las corrientes a finales del siglo XIX en Estados Unidos. Inventores, inversores e iluminados se dieron cita en una pugna real que poco tuvo que ver con esa manera ideal en que se suele contar la historia de la ciencia, de la técnica, de la economía y hasta de las propias sociedades. Una controversia en la que se alternaron luchas de poder y principios éticos en una contienda continua que ejemplifica muy bien el carácter nada normal de las revoluciones tecnológicas.

Benedict Cumberbatch y Michael Shannon interpretan a Edison y Westinghouse en esta película de ambientación estupenda, contenidos detallados e interés más que notable. Los movimientos de cámara, el sonido y el montaje hacen muy ágil y grata esta historia con la que seguramente disfrutará menos quien no tenga noticia de aquella guerra entre la corriente continua y la alterna en los albores de la electrificación de las ciudades. La guerra de las corrientes es una epopeya  tecnocientífica, industrial y económica en la que también tiene un papel destacado un tal Tesla. Al final uno piensa en lo interesante que sería también otra película que le tuviera a él como protagonista.

viernes, 10 de enero de 2020

1917

de Sam Mendes. Reino Unido, 2019. 119.
10 de enero de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.

En la primavera de 1917 dos soldados tienen una misión muy arriesgada. Deben cruzar una zona de la que los alemanes se están retirando para llevar un mensaje que evitará la muerte de casi dos mil soldados británicos si consiguen llegar a tiempo. Entre ellos está el hermano de uno de los soldados que intentarán culminar esa difícil misión.

Senderos de Gloria, Apocalypse Now, La chaqueta metálica, Salvar al soldado Ryan, Dunkerque y ahora 1917. Sam Mendes une la suya a la lista de obras maestras que hacen de la guerra un escenario inmersivo. Y, tras American Beauty y Revolutionary Road, confirma su capacidad como director de propuestas variadísimas pero siempre de gran calidad (en Avilés sabemos también de su buen trabajo como director teatral con sus montajes de La tempestad y de  Ricardo III para The Bridge Project que trajo al Palacio Valdés de la mano del Centro Niemeyer). 1917 comienza con un homenaje al Kubrick de Senderos de gloria con ese recorrido por la trinchera que marca desde el comienzo el tono de una película construida prácticamente como un único plano continuo en el que acompañamos a esos dos héroes (luego solo a uno) en una jornada agónica. Sin regodeos en la truculencia pero sin ahorrarnos tampoco la dureza de los escenarios bélicos (y hasta su belleza tétrica con las llamas y las luces del recorrido nocturno por las ruinas de un pueblo), Sam Mendes mantiene un equilibrio impecable en el ritmo de una historia que tiene momentos emocionalmente intensísimos pero entre los que sabe intercalar otros más sosegados en los qua hay tiempo para la reflexión, la emoción y el temor de lo que vendrá después. Como las que citaba antes (olvidé incluir también la menos conocida Ciudad de vida y muerte de Lu Chuan, una película extraordinaria que hizo minúsculo el intento de Zhang Yimou por contarnos en Las flores de la guerra el genocidio en la ciudad de Nankin), 1917 es un alegato contra la guerra pero sobre todo es una gran película que consigue que quien la vea en la pantalla de un cine salga conmovido tras esas dos horas de cine mayúsculo. Nada que ver con quienes hagan de ella un producto más en esa dieta audiovisual para "consumo doméstico" que está convirtiedo en monádicas las vidas de las gentes y en clónicos los centros de las ciudades.

El faro

de Robert Eggers. EE.UU, 2019. 110.
10 de enero de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.

A una minúscula isla del Atlántico llegan Thomas Wake y Epharaim Winslow para atender el faro durante varias semanas. Wake es un viejo farero que ordena y manda y Winslow un joven solitario con sentimientos torturados. La relación entre los dos será tan dura y difícil como el clima del lugar. Pasadas algunas semanas los dos perderán bastante más que la noción del tiempo. 

Eggers ya nos sorprendió hace tres años con su capacidad para crear atmósferas extremas e inquietantes en ambientes aislados y humanamente asfixiantes en su película La bruja. Ahora lleva al límite su virtuosismo visual y sonoro. Con una relación de aspecto 4:3, una fotografía expresionista en blanco y negro y unos encuadres perfectos, El faro es una película con vocación de gran clásico. De hecho, uno imagina la magnífica exposición fotográfica que se podría hacer con sus imágenes con solo seleccionar un fotograma de cada escena o incluso de cada plano. La historia es áspera y está repleta de referencias cinéfilas y literarias. Y no solo las que Eggers ha incluido deliberadamente porque también es posible encontrar ecos de cierto surrealismo o realismo mágico en las ensoñaciones del joven y, sin que ninguna imagen lo subraye, uno piensa en el Duelo a garrotazos de Goya como síntesis pictórica de lo que Eggers nos muestra. Sobra decir que Robert Pattison y el camaleónico Willem Dafoe están magníficos en estos personajes casi mitológicos que han de convivir (o malvivir) en ese lugar extremo en el que uno custodia el secreto de la la luz que brota de lo alto de ese faro fálico y el otro sueña con arrebatársela.

sábado, 4 de enero de 2020

El despertar de las hormigas

de Antonella Sudasassi Furniss. Costa Rica, 2019. 94.
4 de enero de 2020. Centro Niemeyer, Avilés.

Retrato de Isa y su familia. Su delicada relación con sus hijas. Su afinidad incompleta con su marido. Su posición postergada con su suegra. Y su felicidad trabajando como modista y teniendo complicidades liberadoras con otras mujeres.

Hiperrealismo doméstico centroamericano. Apacible, delicado, y cercano. Como el carácter de esa mujer joven que es un cielo. Entramos en una intimidad femenina que es más que familiar. Es la de los sentimientos, a la vez sencillos y complicados, de una mujer que vive en un entorno de elegantísima modestia. Los pelos que se pierden en sus sueños o se cortan en sus decisiones más atrevidas tienen mucho de simbólico. Como esas hormigas que aparecen de cuando en cuando y dan un aire de realismo mágico a una historia muy mágica y muy realista. El despertar de las hormigas es una película atenta a los detalles que está llena de vida y de belleza. Es una delicada reivindicación feminista que quizá es más eficaz porque prescinde de subrayados o maniqueísmos. Antonella Sudasassi consigue lo más importante. Que su historia deliciosamente cálida con pespuntes inquietantes nos fascine y nos conmueva. Y que nos alegremos de que Isa se atreva y se decida. Así que al terminar le deseamos lo mejor a Isa. El despertar de las hormigas es una nueva prueba del magnífico cine que se hace en español. También en Costa Rica.

viernes, 3 de enero de 2020

El silencio del pantano

de Marc Vigil. España, 2019. 87.
3 de enero de 2020. Cines Parqueastur, Avilés.

Un hombre escribe una novela sobre crímenes, corrupciones y mafias valencianas. Hay un profesor que fue político, un sicario de crueldad tremenda y flemática, una mujerona mafiosa que manda mucho en los suburbio, un hermano del escritor que no tiene nada que ver con todo eso pero recibe una moto. Y también él mismo que, en la realidad o en la ficción, tiene querencias asesinas y ha secuestrado al profesor que todos buscan.

La puesta en escena y la atmósfera son estupendas (y se agradece ese comienzo con guiño localista a la calle González Abarca, bastante céntrica aquí pero inexistente en Valencia). También está muy bien la aspereza, la sobriedad y el buen estilo de una película sobre crímenes, corrupciones y mafias levantinas. Sin embargo, el relato tiene elementos confusos. Y no por lo que tiene de muñeca rusa, sino porque las relaciones y las motivaciones de los personajes no quedan claras. No sé si el problema está también en la novela en que se basa la película pero, hablando de periferias lacustres y corrupciones valencianas, uno no puede dejar de recordar a Rafael Chirbes y su novela En la orilla. Al lado de ella cualquier acercamiento a ese tema y ese entorno parece menor. Por fortuna, aquella novela tuvo una buena adaptación teatral que dirigió Adolfo Fernández para el CDN.

jueves, 2 de enero de 2020

Yo acuso

de Roman Polanski. Francia, 2018. 126.
2 de enero de 2020. Cines Ocimax, Gijón.

El caso Dreyfus contado por Polanski. Los prejuicios que amañaron el juicio de un inocente. La honestidad de un coronel tenaz que insistió en reabrir el caso para rescatar la dignidad de su país. Y la valentía de un escritor naturalista que publicó en L'Aurore un artículo memorable para denunciar la banalidad del mal antes de que naciera Hannah Arendt. El título de aquel artículo es también el de la película (salvo aquí).

Polanski acierta con el tema y con la forma. Seguramente tiene interés personal en recuperar el caso Dreyfus, pero la lección que supuso aquel “Yo acuso” (no solo para los franceses) sigue teniendo la mayor actualidad en estos tiempos en que lo político y lo judicial se enmarañan (especialmente aquí) en problemas que suscitan no pocas cuestiones éticas. Pero Polanski también acierta en la forma al ofrecernos un relato directo y sin subrayados (tampoco musicales) con una ambientación naturalista que resulta la más apropiada para un episodio histórico en el que estuvo implicado de modo crucial nada menos que Zola. La historia es tan interesante que seguramente podría verse con gusto aunque solo fuera una ficción. Pero aquello ocurrió. Sucedió el caso Dreyfus y se publicó aquel célebre “Yo acuso”.  Por eso es tan importante contarlo, y contarlo tan bien como lo hace Polanski. Y por eso resulta tan patético que su película tenga aquí un título tan ridículo como “El oficial y el espía” (el espía apenas importa y oficiales hay varios). Quizá quienes lo han decidido no hayan visto la película, o no sepan nada del caso Dreyfus, o ignoren que “Yo acuso” no es solo un título llamativo para franceses. Son dos palabras que se han convertido en un hito en la historia de Europa. Por eso yo les acuso de haberle puesto un título ridículo a la película de Polanski.

miércoles, 1 de enero de 2020

Richard Jewell

de Clint Eastwood. EE.UU., 2019. 131.
1 de enero de 2020. Cines Parqueastur, Avilés.

Richard Jewell era un hombre simple y muy responsable que en 1996 trabajaba como guardia de seguridad en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Atento a los detalles y dispuesto siempre a proteger a las personas, descubrió bajo un banco una mochila que llevaba dentro una bomba. Antes de que explotara salvó la vida de mucha gente al conseguir que se alejaran de ella. Sin embargo, el FBI pergeñó un relato en el que él encajaba como culpable del atentado. Por suerte, el único abogado que Richard Jewell conocía resultó ser un tipo lúcido y tenaz que plantó cara a los policías y a los medios hasta conseguir librarlo de una acusación tan injusta.

Mula fue la última película de Clint Eastwood como actor, pero no como director. La historia de Richard Jewell tiene cierto parentesco con la de Sully. En ambos casos un héroe empeñado en proteger a la gente es ensalzado sin que él lo reclame y luego es sometido a una presión insoportable. Aunque la película sobre el accidente aéreo en la bahía del Hudson es mucho más compleja y atractiva, Richard Jewell tiene a su favor esos dos personajes tan bien perfilados del pánfilo simple y bueno que es acusado por los malos y del abogado honesto y tenaz que lo defiende contra todos. Uno podría ser (otra vez) el arquetipo del buen americano, seguramente republicano, que hace siempre lo que debe y no entiende por qué las cosas no salen bien. El otro podría ser el modelo del profesional independiente, seguramente demócrata, dispuesto a defender hasta el final una causa cuando la considera justa. No será una de las grandes películas de Eastwood, pero Richard Jewell es una historia bien contada y claramente identificable con su visión de la ética y del carácter estadounidense.