sábado, 25 de junio de 2022

El leopardo de las nieves

de Marie Amiguet. Francia, 2021. 92.
25 de junio de 2022. Cines Los Prados, Oviedo.

En el Tíbet, a cinco mil metros de altura y a treinta grados bajo cero, dos hombres miran y esperan. Desde lugares recónditos contemplan y fotografían un paisaje prístino de belleza radical. También observan las variantes tibetanas de animales fascinantes como los lobos, los zorros, los osos o los yaks. Pero al que desean encontrar es a un ser tan mítico y esquivo como el leopardo de las nieves. Ellos son el fotógrafo Vincent Munier y el escritor Sylvain Tesson y tras esta experiencia han publicado sendos libros (El leopardo de las nieves o la promesa de lo invisible, -errata naturae- y El leopardo de las nieves -Taurus-). En ellos tratan sobre la mística de la espera. Igual que este documental.

Las imágenes son tan bellas que hacen memorable la contemplación de esta película en pantalla grande. Y no solo por el regalo del tramo final con las imágenes majestuosas del leopardo de las nieves. También por toda la vida que vemos en ese paisaje fascinante. Pero la película de Marie Amiguet es mucho más que un documental de naturaleza. La presencia de Sylvain Tesson hace que se convierta también en una reflexión existencial sobre la poética de la espera y la estética de la atencionalidad que dan sentido a la búsqueda de un lugar desde el que pasar horas escrutando el paisaje con un objetivo y esperando que aparezca lo inesperado. Viéndoles colocar sus trípodes Manfrotto y mirar por sus binoculares y telescopios Svarovski, pienso que yo también he sentido muchas veces esa emoción de la espera. La de los veranos viendo a las oropéndolas que vienen a comer en nuestra higuera o a los abejarucos que se posan  frente al balcón. O la de acechar en primavera los nidos de cigüeña negra y alimoche en el Salto del Gitano o a las águilas imperiales y búhos reales en la Portilla del Tiétar. Igual que Vincent Munier y Sylvain Tesson sé que la espera puede ser también emocionante aunque no tenga éxito. Como aquellas madrugadas de diciembre en que acechábamos a los lobos en la Sierra de la Culebra. Tristemente tardarán en poder verse de nuevo por allí. Y es que para poder ver hay que saber mirar y esperar. Y también saber defender y cuidar. Incluso también hay que saber votar. Porque la belleza del Tíbet también estaba en Zamora.