17 de febrero de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.
Franz y Fani son felices en su granja de los Alpes austriacos. Allí viven en armonía en medio una naturaleza bellísima. Hasta que el contagio del nazismo alcanza esas montañas y los vecinos no comprenden ni aceptan que él se niegue a prestar juramento de lealtad a Hitler. Su objeción de conciencia se mantiene cuando es llamado a filas y se niega a tomar parte en la guerra. Solo el amor, la fe y los recuerdos de su paraíso familiar le permitirán sobrevivir en la cárcel y encarar con dignidad el final que le espera.
Malick ha hecho una obra de arte. Un monumento a la belleza de la vida sencilla y un homenaje a esos héroes anónimos que supieron mantener la coherencia en sus vidas ocultas y ahora reposan en tumbas que nadie visita. Las tres horas de está maravillosa película son el tiempo que necesita la contemplación sosegada de la plenitud cotidiana de esa familia a la que uno no se cansa de mirar. La cámara se mueve con la fluidez propia de un espíritu (como se movía la de Jaime Rosales en Petra) y el gran angular móvil consigue generar a la vez esa sensación tan malickiana de hiperrealismo y de onirismo lírico. Y todo ello acompañado por esa voz interior tan propia de su cine que nunca subraya hechos sino que expresa reflexiones y sentimientos. Si en El árbol de la vida y sobre todo en To the wonder las imágenes de Malick resultaban fascinantes pero escoraban hacia un formalismo abstracto un tanto exasperante y metafísico, en Vida oculta alcanzan un equilibrio perfecto entre la forma y el contenido teniendo, además, la virtud de su nítida intención pacifista con la reivindicación, que a mi me resulta especialmente próxima, de la objeción de conciencia. Solo la extrañeza de que en la versión doblada no se subtitule lo que se dice en alemán (supongo que en la versión original el resto estará en inglés) empaña un poco la extraordinaria experiencia de contemplar las cautivadoras imágenes de esta gran película.