martes, 22 de septiembre de 2020

Photographic memory

de Ross McElwee. EE.UU., 2011. 87.
22 de septiembre de 2020. Play-Doc, VIII Festival Internacional de Documentales. Filmin, Tui. V.O.S.

Ross Mac Elwee no se lleva muy bien con su hijo. Adrian ha entrado en una edad difícil que un padre solo es capaz de soportar porque se empeña en creer que ese ser extraño tiene dentro todavía a aquel niño adorable que fue. Para poner distancia entre los dos y también para recordar cómo era él en esa edad, Ross McElwee decide viajar a  Saint-Quay-Portrieux, un lugar en la Bretaña francesa en el que estuvo un tiempo trabajando como ayudante de un fotógrafo. Allí descubrió el amor con Maud, una chica de la que nunca volvió a saber más. Con un mapa en el que había anotado los lugares en los que estuvo y unas pocas fotografías de aquel tiempo, emprende un nuevo periplo filmado para reencontrarse con aquellos pueblos y aquellas gentes, para rescatar la memoria de aquel tiempo y para intentar comprender a su hijo. Al menos, a los dos les sigue uniendo la pasión por grabar con la cámara.

Hace casi diez años que vi esta película en el festival de Gijón y desde entonces la he citado muchas veces. Solo por ese último plano en el que Adrian parece emular al protagonista de Los cuatrocientos golpes en la escena final de la playa, pero con la sombra de su padre en una esquina del encuadre, ya se justifica sobradamente esa fuerza poética y reveladora que tanto había valorado en esta película. Y tantos años después, me sigue pareciendo cautivadora la voz de Ross McElwee como de hermeneuta existencial de aquel pasado francés, del encuentro entre la cámara y las viejas fotografías, del incomprendido hijo que él fue y del padre extrañado en que se está convertiendo ante de su hijo. Nuevamente su cine documental, por llamar de alguna manera a sus trabajos, puede parecer sencillo porque es completamente accesible. Pero en eso está precisamente el valor de un documento que es natural pero no naturalista, reflexivo pero no metafísico, autorreferencial pero no solipsista, y atento a captar la textura del tiempo sabiendo que solo retratando el instante en presente continuo hay alguna posibilidad de convertirlo en intemporal y universal. Así que no reniego de la mirada del espectador que yo era al comienzo de esta década. Quizá tras ver sus obras anteriores entienda mejor ahora el contexto de su cine, pero igual que entonces sigo pensando que McElwee ha aportado una forma especular de observar y mostrar la relación entre el creador y la obra. Un modo de entender el cine que ha tenido muchos y buenos seguidores, para fortuna de los cinéfilos. Ahora solo lamento dos cosas. Que él no haya vuelto a dirigir otra película desde esta y que yo todavía no sepa cómo podría ver las demás películas suyas. Sobre todo la de su querida Charleen y las de sus viajes a Berlín (Something to Do with the Wall) y a Paraguay (In Paraguay). Así que sería estupendo que se le dedicara en algún festival cercano una retrospectiva en la que se proyecten todas sus obras. Él creo que quedó encantado cuando estuvo hace dos años en el DocumentaMadrid. Lástima que yo no pudiera estar allí.