de Juan Albarracín. España, 2024. 92’.
21 de mayo de 2025. Cines Parqueastur, Corvera.
Abel es un arquitecto que padece agorafobia y trabaja siempre en su casa. En la zona hay un adiestrador de perros que se ofrece a entrenarlo para que pueda superarla. Dentro de dos semanas debería ir a Barcelona para presentar un importante proyecto, pero hace tres años que no sale de casa. Así que acepta la propuesta y se pone en manos de ese hombre.
Educación, obediencia y cobro. Son las tres partes de esta historia opresiva ambientada en espacios de arquitectura contemporánea con maderas de chiquero. La película se centra en esos dos hombres magníficamente interpretados por Javier Pereira, al que descubrimos en Stockholm, y Fernando Cayo, ese actor extraordinario del que tan buenos trabajos hemos visto en el teatro (Los lunes al sol, Antígona, Inconsolable, Pancreas...) Juan Albarracín combina la intensidad creciente de esa relación inhumana con imágenes pretéritas de adiestramientos caninos con propósitos cinegéticos y también con recuerdos fugaces de la infancia del protagonista que apuntan hacia un lejano trauma en la relación con su padre. El instinto podría ser vista como un intento de llevar al límite las investigaciones de Milgram sobre la obediencia (la contraparte empírica de las tesis de Hannah Arendt tras el juicio de Eichmann) que Michael Almereyda mostró en Experimenter. Aunque también podría estar proponiendo una reinterpretación de las tesis hobbesianas sobre la naturaleza humana, dejando en paz a los lobos e indagando sobre la posibilidad de que el hombre pudiera llegar a ser un perro para el hombre (tanto por el lado de la sumisión como por el del dominio). Es verdad que Juan Albarracín arriesga mucho en una historia que tiene su principal riesgo en la verosimilitud. Pero también lo es que el dispositivo narrativo, la contención del escenario y el trabajo de los actores lo compensan.