24 de enero de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.
Un ganadero tosco y un abogado tenaz se enfrentan a la Dupont. La batalla tendrá como motivo la contaminación de las aguas y se desarrollará durante muchos años. Es David contra Goliat en una pelea entre el emporio de la química, el poder y el principio de precaución.
En mi familia la química ha estado siempre muy mal vista. Principalmente por el contraste entre su uso agrícola y la calidad de nuestros huertos y nuestros árboles salmantinos. Denuncias como la de Rachel Carson en La primavera silenciosa fue un hito fundamental en la generación de una cultura ambientalista (también es una maravilla ese librito suyo titulado El sentido del asombro) que sintonizaba plenamente con la desconfianza hacia la química de mis ancestros. Y supongo que por hechos como los que muestra esta película es por lo que, nada más llegar a aquí, la Dupont quiso lavar su imagen creando una charca artificial para las aves justo al lado de sus instalaciones asturianas. El caso del que trata Aguas oscuras muestra lo fundamentado de las sospechas hacia algunos usos de la química. Es la batalla de los débiles contra los poderosos en su empeño por defender la salud y la calidad del entorno. Una historia verdadera que refleja la heroicidad y la tenacidad que necesitan los menesterosos para librar estas batallas. Ojalá que la actitud y el tesón de abogados como el que interpreta estupendamente Mark Ruffalo fueran mucho más frecuentes. Y que su deontología no fuera exótica en los tribunales más supremos.