2 de enero de 2020. Cines Ocimax, Gijón.
El caso Dreyfus contado por Polanski. Los prejuicios que amañaron el juicio de un inocente. La honestidad de un coronel tenaz que insistió en reabrir el caso para rescatar la dignidad de su país. Y la valentía de un escritor naturalista que publicó en L'Aurore un artículo memorable para denunciar la banalidad del mal antes de que naciera Hannah Arendt. El título de aquel artículo es también el de la película (salvo aquí).
Polanski acierta con el tema y con la forma. Seguramente tiene interés personal en recuperar el caso Dreyfus, pero la lección que supuso aquel “Yo acuso” (no solo para los franceses) sigue teniendo la mayor actualidad en estos tiempos en que lo político y lo judicial se enmarañan (especialmente aquí) en problemas que suscitan no pocas cuestiones éticas. Pero Polanski también acierta en la forma al ofrecernos un relato directo y sin subrayados (tampoco musicales) con una ambientación naturalista que resulta la más apropiada para un episodio histórico en el que estuvo implicado de modo crucial nada menos que Zola. La historia es tan interesante que seguramente podría verse con gusto aunque solo fuera una ficción. Pero aquello ocurrió. Sucedió el caso Dreyfus y se publicó aquel célebre “Yo acuso”. Por eso es tan importante contarlo, y contarlo tan bien como lo hace Polanski. Y por eso resulta tan patético que su película tenga aquí un título tan ridículo como “El oficial y el espía” (el espía apenas importa y oficiales hay varios). Quizá quienes lo han decidido no hayan visto la película, o no sepan nada del caso Dreyfus, o ignoren que “Yo acuso” no es solo un título llamativo para franceses. Son dos palabras que se han convertido en un hito en la historia de Europa. Por eso yo les acuso de haberle puesto un título ridículo a la película de Polanski.