27 de octubre de 2019. Teatro Carrión, 64º Semana Internacional de Cine de Valladolid (sección oficial). V.O.S.
Son los años cincuenta en Río de Janeiro. Guida y Eurídice son dos hermanas que se quieren mucho y lo comparten todo. Hasta que una noche Guida se enamora de un marino griego y huye con él a Grecia. Su padre no la perdona, así que cuando vuelve embarazada la repudia para siempre. Antes de irse, Guida le pregunta por Eurídice y él le dice que está cumpliendo en Viena su sueño de convertirse en una gran pianista. Pero no es verdad. Así que Guida y Eurídice seguirán durante muchas décadas viviendo en Río sin saber una de la otra y sin dejar de quererse. Guida le escribe cartas a Eurídice que sus padres nunca le entregan.
Un preámbulo y un epílogo selváticos en los alrededores de Río enmarcan metafóricamente esta historia memorable. Con aires de drama clásico, con una ambientación y una fotografía cautivadoras y con unos personajes bien diferentes pero también complementarios, La vida invisible de Euridice Gusmão tiene bien merecidos la Espiga de Plata, el premio Fipresci y los premios a las dos actrices en esta edición de la Seminci. Es una película larga que nunca se hace larga, un retrato de feminidades pretéritas contado desde la mayor cercanía, casi desde las entrañas. Karim Aïnouz ha filmado una de esas historias que parecen destinadas a permanecer en la memoria. De hecho, el suyo es un dramón que podría derivar hacia lo folletinesco pero que consigue mantener en todo momento esa fascinación en las imágenes, ese ritmo y esa cercanía casi táctil que hacen inolvidables otros dramas como Revolutionary Road de Sam Mendes o Carol de Todd Haynes. Esa es la estirpe a la que pertenece la película de Aïnouz. Y da gusto poder disfrutarla con la sonoridad de ese portugués que tan bien le va a esta conmovedora historia.