4 de octubre de 2019. Cines Parqueastur, Avilés.
El 18 de julio de 1936 Unamuno no ve con reparos el golpe. Pero el 12 de octubre pasará noblemente a la historia por su gresca con Millan-Astray. Su cese y restitución como rector, sus encuentros con Franco, sus paseos con los amigos que serán pronto asesinados y sus confrontaciones con su hija hacen que cambie su percepción sobre lo que está sucediendo.
No es Amar en tiempos revueltos pero a la película le sobran subrayados musicales, evocaciones pastoriles de cuando Unamuno era joven y énfasis en la relevancia de su vida familiar (no está claro si eso es una tesis sobre las cuitas del protagonista o simplemente un recurso para ampliar los públicos). También sorprende un poco la amabilidad con que se dibuja el papel de la mujer de Franco (otra vez se destaca la relevancia de la vida familiar, ahora la de este) y quizá sobran algunos guiños al espectador enterado. Por lo demás, la historia es entretenida y se atiene a los hechos conocidos. Sin embargo, tras la interesada polémica de hace unos meses a propósito del alcance real de la riña entre Unamuno y Millán-Astray, uno no tiene claro qué es lo que aporta esta película a la comprensión cabal de un pasado que, en muchos aspectos, sigue bien presente: a Franco parece que le queda poco tiempo en su mausoleo pero nadie se pregunta qué pinta allí y en lugar tan destacado Primo de Rivera, salvo confirmar el relato franquista de que aquel 18 de julio no hubo un golpe de estado sino un alzamiento legítimo y salvador. Claro que por rebelión han sido procesados (y probablemente serán condenados) los políticos catalanes que promovieron un referéndum, pero aquel golpista que fue nombrado por sus secuaces Jefe del Estado "mientras dure la guerra" lo dejó todo tan bien atado que muchos españoles llegan a creer que Oriol Junqueras cometió el mismo delito que Tejero pero que aquel 18 de julio nadie delinquió. Así que, con ciertas dudas sobre si la película pone en el sitio que merecen en nuestra memoria a aquel intelectual vasco y salmantino y a aquel militar gallego y conspirador, lo que sí tengo muy claro es lo bien que están en ella otro vasco y un catalán. Me refiero a Karra Elejalde (increíble su capacidad para hacer creíble a este Unamuno) y a Eduard Fernández (un actor magnífico siempre, pero que aquí borda a un Millán-Astray histriónico, canalla y sobrecogedor).